La cultura de la élite


Un museo. El colmo de la vulgaridad.

Si por cultura entendemos una formación humanista, filosófica, incluso científica, suficiente, nuestras élites son incultas, manifiestamente incultas. Si por cultura entendemos el compendio de usos y creencias de un determinado grupo de personas, que es una definición de antropólogo, entonces nuestras élites tienen una cultura que desprecia a la gente culta y leída. La consideran vulgar.

Aunque ya sospechaba algo así, me remito a recientes estudios sociológicos que describen la cultura de la élite española, de los que más tienen y nos mandan. A modo de ejemplo, cuenta un profesor universitario que la filosofía antes gozaba de prestigio entre las élites. Mario Conde presumía de leer a Nietzsche (El Zaratustra es mi libro de cabecera, dijo una vez) y todos sabían que Kierkegaard no era una estación de esquí. Hoy, en cambio, sólo vale lo que dice el coach, que es un señor al que pagas el gusto y las ganas para que te cuente que hoy es el primer día del resto de tu vida. Nadie lee nada que no sea un pogüerpoin y desde que inventaron el tuiter, ni eso. 

Zona de palcos en el F.C. Barcelona. La ópera no puede competir con el balompié.

Otro señala que (cito) acudir a los museos se ha convertido en una actividad poco distinguida, propia de la clase media, como la misma ópera. Se dice que en Barcelona no es tanto así, porque el Gran Teatro del Liceo todavía reúne a la gente de posibles, que presume de abono, pero más presumen de un palco en el estadio del F.C. Barcelona. Cada vez más en Cataluña y por descontado en el resto de España, se considera la afición operística barcelonesa (que no catalana) como una excentricidad provinciana (sic). Porque, en efecto, da más prestigio acudir a los palcos de un estadio de fútbol que a los palcos de un teatro de ópera.

Las únicas exposiciones a las que acude la élite son las de las tiendas de lujo.

En el fondo, cuenta un antropólogo, la cultura del trabajo ha cedido ante la cultura del consumo. Leer, pensar, comprender una obra de arte, implica esfuerzo intelectual que se premia con más conocimiento y razón; comprar, vivir experiencias emocionantes y sofisticadas, ir al fútbol o tragar lo que nos diga el coach, supone un placer inmediato y fácil, pero efímero, y por eso se inicia una fiebre del consumo, que quiere cada vez más. Sucede lo mismo entre los ricos que entre los pobres, donde sólo cuenta tener dinero, no cómo se obtiene. Y así nos va.

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