Así recibieron al presidente francés en Tombuctú.
La comedia y la tragedia se dan de la mano. Son como una moneda, que tiene cara y cruz. Las grandes historias cómicas son en verdad tragedias, y me remito a grandes clásicos de la literatura, como El Quijote, pero podría remitirme a cualquier chiste. Esta historia que sigue no es un chiste.
Las agencias de noticias europeas y los periódicos del Viejo Continente se han reído mucho con la historia del camello de Hollande. Hay para risas, porque es un tanto surrealista y contiene todos los ingredientes de la comicidad.
Mali ha sufrido en sus propias carnes el auge del islamismo más radical e intransigente. Cientos de miles de refugiados y un régimen de terror en el norte del país, que se ocultaba tras la bandera de la independencia de los pueblos tuareg. Simplifico, y mucho, porque no es mi intención comentar este asunto, que se complicó porque grupos de Al-Qaeda se instalaron en Mali, amenazando no sólo a los malíes, sino también a los Estados vecinos. Mientras tanto, la política de Mali se enrarecía con pronunciamientos militares. Al final, varios Estados africanos y la antigua metrópoli, Francia, decidieron emplear la fuerza y acudieron al ejército para poner las cosas difíciles a Al-Qaeda y liberar a muchos malíes de esa tiranía.
Poco después, y ahora comienza el cuento, poco después, decía, el presidente francés visitó Mali, donde fue recibido con todos los honores. Los ejércitos habían reconquistado el norte de Mali y parecían haber expulsado a los líderes de Al-Qaeda. Don François Hollande se plantó en Tombuctú para visitar a las tropas francesas y la recepción malí fue sonada. De entrada, le regalaron un hermoso camello blanco.
El señor Hollande, a punto a punto de conocer al camello que le habían regalado.
Un camello blanco es el máximo regalo que puede hacérsele a alguien en Tombuctú, pero pilló desprevenido al señor Hollande. Bromeó. Dijo que lo emplearía para sortear los atascos de tráfico en París, broma que rieron los periodistas occidentales, pero que no pillaron los malíes. Entonces, el camello comenzó a berrear y nadie pudo escuchar tranquilamente lo que quedaba del discurso de Hollande o de los malíes que acudieron a recibirlo. Berrea que berrea, el camello dio la nota.
El presidente mandó cuidar del camello. Por el momento, no podía llevárselo a Francia, pero mientras arreglaba los papeles del rumiante, éste sería cuidado por una familia de Tombuctú. Se encargó al ministro de Defensa francés, don Jean-Yves Le Drian, un operativo que informase regularmente al presidente Hollande sobre el estado del camello y las novedades a él referidas. A decir de los periodistas, los informes diarios que llegaban del cuerpo expedicionario de Mali incluían un anexo con las noticias del camello.
Pero ¿qué sucedió? Que la familia que cuidaba del camello, pasados unos días, lo mató y se lo comió.
Las autoridades malíes han palidecido visiblemente y han prometido reponer esta pérdida con otro camello, más grande, más gordo y más blanco. Desde el punto de vista malí, es lo peor que podía haberles pasado. El portavoz del gobierno malí ha dicho: Enviaremos el nuevo camello a París. Estamos avergonzados de lo que ha pasado. Fue un regalo que no merecía este final.
El pitorreo en Francia ha sido especialmente notable, pero detrás de la comicidad de este asunto, que no es poca, se oculta el horror de una guerra y la maldición del hambre. Porque nadie se acuerda nunca de Mali, y quien dice Mali dice cualquier otro país de África donde hay guerra o crueldad. En Mali, cientos de miles de personas, que se dice rápido, han tenido que abandonar sus hogares por culpa del horror de una tiranía y el peligro de muerte de la guerra y el hambre. La familia de Tombuctú no se comió el camello por joder al presidente francés, digo yo. No fue un acto político. Se lo comieron porque tenían hambre y les cayó un camello del cielo justo entonces. Piensen en ello.
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