¿Puede hablarse de un estilo arquitectónico suburense? No lo sé, puede que no, pero prefiero pensar que sí. Me llaman la atención las casas pintadas de blanco, enmarcadas en líneas de ladrillo rojo que forman arcos, columnas..., adornadas con azulejos. El Hospital de San Juan será el ejemplo más conocido, pero paseando por el pueblo uno tropieza con casitas suburenses, que comparten un estilo muy particular, construidas a lo largo de un extenso período de tiempo, imitándose entre sí.
Además de este estilo suburense, pueden verse todavía casas de pescadores, blancas y azules, de paisanos de antaño que también fabricaban licores o compaginaban las redes con los arados. Y no nos olvidemos del modernismo catalán, esa explosión kistch, tan cursi, tan decadente y por eso mismo, tan encantadora. En la villa se encuentran verdaderas joyas modernistas, y aunque no sean obras de los arquitectos de primera fila, sino de alumnos o seguidores del maestro, son merecedoras de mucho respeto y consideración. La mayoría las mandaron construir los indianos, una raza mítica de emigrantes que volvieron a casa con más perras que gusto, ésos que hicieron fortuna en las Américas váyanse a saber ustedes cómo y la gastaron a la vuelta con gran afición por hacerse notar.
Aunque, ya puestos, las que cada vez me gustan más son algunas casas que se levantaron durante los años treinta. Las hay que son verdaderas joyas y mucho me temo que la mayoría pasan desapercibidas por el común.
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