Son muchos los actos que nos dicen que comienza la Fiesta Mayor. Se exhibe el santo en un escaparate, para que todos puedan verlo. Se cuelgan banderas en los balcones. Se anuncia quién será el pendón... perdón, el pendonero, este año, que es un cargo de mucho honor. Se da un pregón, a cargo de algún indígena notable. El Ayuntamiento recuerda que el día 24 se cierran los comercios, y que si alguno abre, allá él, porque si abre, le cae una multa encima que no les cuento, y además le meten el drac dentro, con un francés, y verán lo que es bueno. Etcétera.
Algunos de estos sucesos son seguidos por los indígenas con mucha atención. La televisión local no pierde detalle, y sigue con atención las palabras del pregón, para que luego los indígenas puedan comentarlas con todo detalle y conocimiento de causa. Es decir, para que puedan criticarlas a gusto, que es lo que más les gusta.
Pero la fiesta, la fiesta de verdad, arranca con el toque de chirimías.
En catalán, llaman gralles a las chirimías. El que toca la chirimía es un graller. Quien fabrica las chirimías, también, y no suele ser raro oír hablar de un mestre graller (maestro de chirimías) en uno u otro caso. Sea músico o luthier, que sea considerado graller es un gran honor. Los grallers reciben sobradas muestras de respeto y admiración por parte de todos los indígenas (excepto de sus vecinos inmediatos, que soportan los ensayos el resto del año).
Seguro que salta más de uno y me dice que una gralla no es una chirimía. Seguro que acude a un tono ofendido. En fin, qué quiere que le diga, que no voy con malas intenciones. La gralla es un aerófono cónico de lengüeta doble, un instrumento de viento y madera que es gralla y no chirimía porque se toca aquí y no allá.
La chirimía es mediterránea y viene de antiguo. Fíjense, si no, porque es posible que la caña provenga del kalamós griego, aunque la palabra chirimía proviene del francés, chalemelle, pero la chirimía francesa proviene... proviene de todas partes. Fueron las chirimías las que anunciaron la llegada de los moros a Tarragona; los cruzados del norte de Europa conocieron el espanto que provocan docenas de chirimías al unísono cuando sudaban la gota gorda en el sitio de Jerusalén; el degüello de la batalla de Lepanto lo amenizaron chirimías turcas y cristianas; Alonso Quijano, el Quijote, se deleitó con las chirimías pastoriles; las chirimías mediterráneas conquistaron Europa y luego cruzaron el charco, llegando a las Américas, mientras las chirimías portuguesas y árabes llegaban a China y Siam, donde todavía subsisten.
Es posible que la chirimía castellana no sea exactamente lo mismo que la gralla del Penedès, la dulzaina valenciana, la ghaita marroquí, la kaba zurna (o zurna) turca, el sib egipcio, el mizmar tunecino, la sorna iraní... Pero, si no es exactamente igual, son de lo más parecido. Les aseguro que resuenan en el oído con la misma contundencia. Su agudo, estridente, penetrante sonido ha puesto la música en toda clase de festejos, moros y cristianos, y no sabemos a cuántos enemigos habrá aterrorizado en la batalla, da igual de qué signo o bandera, pues todos soplaban la caña con idéntico propósito. Sólo conozco un instrumento que podría compararse a la belicosa chirimía, tanto en su estridencia como en su carrera militar: la cornamusa escocesa. Pero es otra cosa, realmente.
En el norte de Europa, civilizaron la chirimía e inventaron el oboe. En el sur, ajenos a la cultura racionalista y al Siglo de las Luces, las chirimías seguían precediendo, acompañando y anunciando las procesiones paganas de santos católicos, la quema de herejes o las fiestas y algarabías del Islam.
Por eso, en Sitges, la Fiesta Mayor comienza realmente, de verdad, en serio, definitivamente, sólo cuando suena la gralla.
El 23, a mediodía, los grallers avanzan, abriéndose paso a toque de pito y timbal, hasta el Cap de la Vila, la plaza principal del pueblo, donde dan sobradas muestras de su virtuosismo ante un público entregado. El concert de gralles es el pistoletazo de salida para dos días de fiesta.
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