Los muros de las iglesias suelen tener lo que los ingenieros llaman inercia térmica. Tardan mucho en calentarse o enfriarse. Por eso, uno se encuentra más o menos fresquito en una iglesia románica cuando fuera aprieta el calor.
Pero la Iglesia de San Bartolomé y Santa Tecla es una excepción. En verano, es un horno. El rector acude a los ventiladores, pero de nada sirven. El feligrés que soporta un oficio de principio a fin tiene vocación de mártir, y es seguidor de San Lorenzo más que de San Bartolomé, pues ése, Lorenzo, murió en la parrilla, mientras éste, Bartolomé, despellejado.
Pero la Fiesta Mayor exige muchos sacrificios. San Bartolomé merece un oficio religioso. No un oficio cualquiera, sino uno solemne. Así, pues, hacia mediodía, acuden todos los bailarines, las autoridades y un público numerosísimo para llenar la iglesia y asistir al oficio (l'ofici) en honor del santo patrón.
Sea dicho: no doy crédito a eso que dicen las malas lenguas. Éstas sostienen que el señor rector, cuando ve llena la parroquia de punta a cabo, cuando descubre un público tan numeroso, sufre, un año sí y otro también, una especie de crisis. Manda cerrar las puertas a cal y canto, no se escape algún feligrés, y prepara un discurso larguísimo, un sermón carpetovetónico, destinado a loar al santo y reclamar su intercesión para convertir a un pueblo tan manifiestamente pecador como el de Sitges. Esta es la mía, me van a oír, susurra en la sacristía, mientras el monaguillo pone los ojos en blanco, sabedor de la que le espera.
Sin embargo, los bailarines se defienden y acuden a las chirimías. El Oficio solemne se convierte en un intercambio que a la postre igual resulta productivo. Uno ruega por la salvación y los otros intentan salvarse acudiendo a las trompetas (mejor dicho, chirimías) de Jericó. El público, asfixiado por tanto calor, ruega al Señor por una salida con bien de semejante batalla.
Cuando se abren finalmente las puertas de la iglesia, se celebra la Sortida d'Ofici, uno de los actos más emotivos de la Fiesta Mayor. Todos están contentos por abandonar la asfixiante parroquia y el señor rector, por haber soltado un sermón como Dios manda delante de medio pueblo y las autoridades pertinentes.
Bailan con frenesí y se disparan morteros. Luego, el público acude a los vermús amenizados por la banda o se enfrenta a la familia en la comida de la Fiesta Mayor, otra tradición que puede ser problemática cuando suma adolescentes idiotas, con resaca y agotadísimos, suegras picajosas, cuñados idiotas y un menú complicado. Pero no siempre es así: otras veces es peor.
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