Sangre joven (Napoleón vs. Wellington I)

Simon Scarrow es un historiador que dejó las aulas para ganarse la vida escribiendo novelas de romanos. Le ha ido bien, y vende mucho. En 2006 inició una trilogía, que luego resultó tetralogía, sobre las vidas paralelas de Napoleón Bonaparte, de todos conocido, y sir Arthur Wesley (luego, Wellesley), duque de Wellington, de la Albufera y tal. Resulta que nacieron el mismo año, pero ahí comienzan las diferencias entre ambos personajes, que se parecen entre sí como un huevo a una castaña.

Cuando me dieron a leer Sangre joven, traducida por Montse Batista y publicada por Edhasa (en bolsillo), me enfrenté a un best-seller de muchas páginas, y digo best-seller con ánimo de encajar la obra en un género y un estilo, el de la novela histórica de gran tirada en imprenta. Además, quise leerlo con ánimo lúdico, y me empeñé en ello, porque algunas de mis aficiones me han dado a conocer ambos protagonistas y su entorno con demasiado detalle, y no podía evitar estar atento a las pifias, que siempre existen en una obra de ficción. Tenía que ser permisivo.

El texto sufre de lo que sufren este tipo de novelas. Algunos de los diálogos del Napoleoncito todavía niño o adolescente parecen sacados de manuales de estrategia y política y no son creíbles. Algunos personajes secundarios o son muy buenos o son muy malos... o pasaban por ahí. Entre estos últimos, Junot o Marmont, a quienes me hubiera gustado que Scarrow dedicara más atención así que aparecen en el sitio de Tolón. A veces, la traducción chirría un poco, debido a las prisas, porque una taberna francesa no puede llamarse The Three Pidgeons, por decir algo.

Literariamente, Napoleón y Wellington dan para mucho. Véanse las notables batallas de Waterloo de Los miserables o La cartuja de Parma, o monumentos literarios como Guerra y Paz y las muchas biografías o apuntes biográficos de Stendhal, Ludwig o Zweig sobre el Emperador o quienes le rodeaban. También da para novelitas, aunque de muchas páginas. Yo escribí una, que no tenía tantas páginas como ésta, pero me lo pasé mejor escribiéndola. Es que, con el tiempo, me he vuelto muy exigente, quizá demasiado.

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