El otro día expliqué el caso de una vidente que había colaborado (es un decir) en un caso de asesinato. Recordarán que un inocente fue acusado en falso, pero no sabemos qué fue de la vidente. Toma el dinero y corre, será su lema. De hecho, es el lema de la mayoría de videntes, clarividentes y otros sinvergüenzas evidentes que se aprovechan del dolor de las víctimas para hacer negocio con el crimen. Estos caraduras se llaman a sí mismos detectives psíquicos.
Seguro que han oído hablar de algún vidente que ayudó a la policía a resolver un crimen. Pero no podrán decir exactamente qué crimen y qué vidente. Les ayudaré.
Veamos el caso de Peter Hurkos, que se hacía llamar el gran detective psíquico del siglo XX, modestia aparte. Decía, el tal Hurkos, que tenía poderes extrasensoriales desde una vez que cayó en coma por un traumatismo, cuando tenía treinta años.
Lo cierto es que se dedicaba al mundo del espectáculo y su fama nació cuando presumió de sus poderes en televisión, en directo. Era lo que llaman un mentalista, un mago que parece adivinar el pensamiento del público. Pero eso tiene truco.
Fue capaz de engañar incluso a médicos, y lanzó un desafío por televisión, en 1960: participaría en el experimento científico que fuera y bajo cualquier condición para poder demostrar sus poderes a quien quisiera. Acto seguido, Hurkos se negó una y otra vez a ser examinado, excepto en una ocasión por el doctor Tart, de la Universidad de California (Davis). Hurkos no pudo demostrar ningún poder psíquico delante del doctor Tart. Nadie más volvió a ponerlo a prueba... porque Hurkos aprendió la lección y no se dejó examinar más.
James Randi, un mago profesional que se dedica a investigar impostores, explicó cómo se las apañaba Hurkos, con pelos y señales. Su técnica se basaba en la llamada lectura en frío, que consiste en observar al sujeto y adivinar por sus gestos, sus ropas, etcétera, muchas cosas que, con un poco de práctica, resultan obvias. Además, aplicaba técnicas que producían sesgos cognitivos, como el efecto Forer (llamado también falacia de validación personal) o el efecto Clever Hans. La literatura sobre la lectura en frío es amplísima, no tiene nada de paranormal. ¿Han leído algún cuento de Sherlock Holmes? Pues, por ahí van los tiros.
Bueno, sí, algo paranormal sí que había en Hurkos. En 1970 cobraba doscientos dólares por una consulta, una burrada, y fue asesor personal del presidente Reagan. Pese a todas las pruebas en contra, la gente le creía, porque quería creer, y pagaba por ello.
Naturalmente, esa fuente de ingresos necesitaba una buena publicidad, y Hurkos la encontró anunciando que él era un gran detective psíquico. En 1969, aseguraba que él había predicho la solución de veintisiete casos de asesinato en diecisiete países, ahí es nada. A poco que uno investigaba, la policía que había trabajado en la resolución de esos crímenes señalaba que Hurkos no había dicho nada que no pudiera haber leído en los periódicos. Es más, en muchos casos nadie había consultado a Hurkos, ni había tenido noticias de él. Un policía dijo de Hurkos que nadie lo invitó, nadie le pagó, pero tampoco obtuvo ningún resultado.
El cénit de la fama de Hurkos llegó cuando el público creyó que él había identificado al Estrangulador de Boston, un terrible asesino en serie. Es cierto, Hurkos se plantó en Boston y se presentó varias veces en comisaría, anunciando sus visiones. Pero no ayudó en nada. Si quieren saber la verdad, fue arrestado (y luego condenado) por hacerse pasar por policía. Pillaron a Hurkos interrogando a algunos testigos para obtener información sobre el caso. Luego salía por ahí diciendo que había adivinado tal o cual cosa gracias a sus poderes psíquicos. Ya ven.
No acertó con su descripción del criminal... Bueno, sí, acertó, a fuerza de describirlo ahora alto, ahora bajo; ahora rubio, ahora moreno...
No escarmentó. También aseguró haber descubierto a Charles Manson, el sangriento asesino. Pero lo que había dicho y lo que había sucedido realmente se parecían como un huevo a una castaña. Hurkos empleaba el truco, frecuentísimo, de decir Eso ya lo dije yo, cuando no lo había dicho. Pero, si cuela, cuela.
Murió en 1988, equivocándose veintisiete años en la fecha de su muerte.
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