Qué lío, cuando la recién ministra Ana Mato habló de violencia en el entorno familiar por no decir violencia de género. Se armó la de Dios es Cristo. La señora Pajín, así que pudo, cargó contra la ministra diciendo que las palabras están cargadas de ideología, y cuando dijo lo que dijo por no decir lo que no dijo es que lo dijo por alguna razón que la mueve a negar que exista lo que no dijo... o poco más o menos, no sé si me he explicado bien.
La observación de la señora Pajín es interesante en muchos sentidos. En primer lugar, nos invita a sospechar que alguna vez leyó un libro, aunque no podemos afirmarlo con certeza. Pero, yendo al intríngulis, ¿las palabras están cargadas de ideología? No es una pregunta inocente, ni tiene una respuesta fácil.
En cierto modo, sí, las palabras que uno escoge para decir tal o cual cosa provienen de un concepto del mundo compartido por la comunidad a la que pertenezco. Pero, en cierto modo, no, porque el significado de la palabra viene determinado por el uso que se le da a la palabra, y cambiar una palabra por otra ¿realmente hace que cambie la realidad o mi percepción del mundo? Dejemos aquí este asunto, que tiene demasiada miga para tan poco espacio.
Violencia en un entorno familiar puede referirse a la violencia que se da en el seno de una familia, pero también a la que se produce en un entorno conocido. De entrada, la expresión de la señora ministra no es desacertada si quiso decir algo así, pero se deja mucha violencia fuera, y ése es el caso.
Los defensores de la expresión violencia de género, ésa que se resiste a utilizar la ministra, sostienen que no es lo mismo violencia de género que violencia intrafamiliar (en un entorno familiar). Aseguran que no diferenciar una cosa de otra podría suponer un retroceso en el combate contra la violencia de género.
Así, la violencia intrafamiliar, en un entorno familiar, o como se llame, es la que tiene lugar exclusivamente en los grupos familiares, dicen los expertos. Puede ser violencia física, psicológica, sexual, económica o espiritual, por llamarla de alguna manera, y el violento puede ser un miembro de la familia o más de uno, lo mismo que el número de víctimas, que puede ser una o varias. La violencia más frecuente en una familia es la que sufren los niños, los ancianos, los enfermos... también las mujeres... los miembros más débiles de la familia, bajo la tiranía del cafre de turno.
En cambio, la violencia de género es otra cosa. La han definido, por ejemplo, algunos comités de las Naciones Unidas o del Consejo de Europa. También, de ahí surge el problema, muchos estudios universitarios en la órbita del relativismo, el feminismo, el estructuralismo... que lastran de ideología una expresión que tendría que ser una expresión puramente técnica. Siempre, en origen, se ha definido en inglés.
Violencia de género es la que se ejerce contra la mujer por ser mujer. Es un género de violencia más amplio que la violencia familiar (o intrafamiliar, perdón). Conviene señalar esto, porque si queremos combatir la violencia de género, necesitamos definir quién es la víctima, qué agresiones sufre, por qué, etcétera.
Pero ¡atención! no se dice violencia de género, por mucho que venga ahora el título de una ley a sostener lo contrario, por mucho que se indignen las antropólogas sociales feministas post-modernas. La ministra hace bien en no querer emplear el término violencia de género, aunque ha escogido mal al emplear el término violencia en un entorno familiar.
La violencia de género es la que se aplica contra el género, masculino o femenino, no la que se aplica contra uno de los dos sexos del hombre, el varón o la mujer. Eso de género procede de una mala traducción del inglés. Una traducción literal tendría que ser violencia sexual, apuntando directamente a las gónadas.
Me explicaré. Decir ciudadanos y ciudadanas es violencia de género. En los idiomas indoeuropeos, como el nuestro, una declinación permite diferenciar el género masculino o femenino de un sustantivo (asociados normalmente, en el caso de los animales y las personas, al sexo). Pero se emplea una determinada declinación para referirse a todos, con indiferencia del sexo, el genérico.
En castellano, decimos ciudadanos, que es un genérico que incluye a los ciudadanos (masculino, varones) y las ciudadanas (femenino, mujeres); como también decimos personas, que incluye tanto a los varones (masculino) como a las mujeres (femenino). La declinación de ciudadanos (generico, varones y mujeres) es igual que la de ciudadanos (masculino, varones); pero la declinación de personas (genérico) coincide con la del género femenino.
Si forzamos el uso de los dos géneros, ciudadanos y ciudadanas, estamos diciendo, por activa y por pasiva, que no existe un genérico, que un ciudadano y una ciudadana no son lo mismo, que existe una diferencia, que es exactamente lo contrario de lo que pretendíamos. Sostener que los ciudadanos y las ciudadanas no son iguales ¿no es ejercer un cierto tipo de violencia contra la mujer? O contra el varón, ya puestos.
La llamada violencia de género es un género de violencia contra el lenguaje. Pueden emplearse términos como violencia contra la mujer, violencia machista, violencia sexista... y muchos más que son más correctos y de mejor decir.
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