Emil Ludwig fue un escritor que nació alemán y murió suizo, porque en 1932, viéndolas venir, abandonó la ciudadanía alemana y evitó la persecución del nacionalsocialismo. Goebbels lo declaró escritor peligroso y en 1933, recién nombrado Adolf Hitler Canciller de Alemania, ya quemaron sus libros en la plaza pública. Así se cumplió una máxima filosófica: quien comienza quemando libros, acaba quemando personas. Ludwig, con fina ironía, se siente muy honrado por la distinción, pues considera la salvajada un honor. No todos los escritores pueden presumir de crear una profunda desazón en un régimen tiránico.
Ludwig fue lo que ahora llamaríamos un autor de best-sellers, aunque era un escritor agudo, elegante y muy ducho en literatura. Su éxito se debe principalmente a las biografías. Dejó a un lado la historiografía convencional para adentrarse en una exploración psicológica del protagonista. Desde Ludwig, las biografías pertenecen a la literatura y no son las mismas de antes. Contemporáneo de Zweig, otro gran biógrafo, comparte con éste la capacidad de poner al hombre en su circunstancia, para adentrarse en su psicología.
Personalmente, prefiero el estilo de Zweig, pero no me hagan mucho caso, que va por gustos. La biografía de Napoleón de Emil Ludwig (1906) se considera una de las mejores biografías del Emperador, pese a todos sus defectos, y doy fe de ello, pues la leí hace mucho, mucho tiempo, y todavía recuerdo el episodio del duque de Enghien con todo detalle.
Ludwig, además, entrevistó a grandes personajes de la historia del siglo XX. Por ejemplo, a Kemal Ataturk. Pero también a Mussolini y Stalin. El segundo, Stalin, se permitió copiar parte de su entrevista en una biografía soviética (oficial, por tanto) de Lenin. No pudo entrevistar a Hitler porque tuvo que largarse pies para qué os quiero, pero hubiera resultado interesante que lo hubiera hecho.
En 1939, mientras Alemania aplastaba a Polonia, aliada con la Unión Soviética, mientras Italia (todavía) se mantenía al margen de la guerra, Emil Ludwig publicó un panfleto (no tomen ustedes la palabra en sentido peyorativo) sobre Hitler, Mussolini y Stalin, que completó con un capítulo dedicado al peligro del nacionalismo y el militarismo de Prusia, verdadera culpable de los males de Europa, según su autor.
Acantilado publica la obra traducida por Francisco Ayala, cuando éste había huído de otro tirano, Franco, y vivía como podía en Argentina. Cuentan que Ayala recibía los manuscritos de Ludwig e iba traduciendo mientras éste iba escribiendo. Es, pues, una traducción de lujo. Lamentamos algún error tipográfico en la edición, pero el acierto de Acantilado es notable al publicar este panfleto, porque proporciona a los lectores un documento muy interesante.
Ludwig todavía no sabe el monstruo que se esconde tras Hitler y el hitlerismo, limitándose a considerarlo como un brutal tirano, pues todavía no adivina (o no concibe) el genocidio y el exterminio en masa de judíos, gitanos y enemigos políticos en general. También pasa por alto los crímenes de Stalin, otro que cuenta los muertos por millones. Ludwig era un socialista sui generis y trata mejor a Stalin de lo que debiera, pero adivina en el tirano la frialdad del asesino y la fiebre del poder. Sin saber lo que nosotros sabemos ahora, Ludwig retrata a los tres personajes con sorprendente acierto, aunque se equivoque en muchas de sus predicciones. Pero ¿quién acierta? En mi modesta opinión, lo mejor del libro es, precisamente, leerlo sabiendo más de lo que Ludwig sabía cuando lo escribió, y dejarse sorprender.
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