Apúntese a una coral


La coral Young@Heart, de Massachusetts.

Los periódicos andan estos días revolucionados con la publicidad de un estudio que concluye que los cantantes solistas viven menos que los componentes de un grupo musical. No es exactamente así, hay matices que convendría examinar más de cerca.

El trabajo lleva por título Dying to be famous: retrospective cohort study of rock and pop star mortality and its association with adverse childhood experiences. Lo firman varios miembros del Centre for Public Health, Liverpool John Moores University, de Liverpool (donde The Beatles), en el Reino Unido, que son Mark A. Bellis, Karen Hughes, Olivia Sharples y Katherine A. Hardcastle, y un miembro del Departamento de Salud de Manchester, Tom Hennell. Pueden leer la ficha del trabajo en este enlace.

Copiaré y traduciré las intenciones del estudio. La fama en el rock y el pop se asocia con la asunción de riesgos [sic], el uso de sustancias [sic] y una mortalidad prematura. Examinaremos las relaciones entre la fama y la mortalidad prematura y probaremos cómo estas relaciones varían con el tipo de músico (p.ej., solista o miembro de una banda) y la nacionalidad, y si la causa de la muerte está relacionada con las experiencias previas a la fama (una infancia difícil).

El estudio se basa en el análisis de datos biográficos y estadísticas médicas, se llega a alguna conclusión mediante técnicas de regresión estadística, etcétera. Para no complicarse la vida, se concentra en las estrellas de la música popular entre 1956 y 2006; más concretamente, en 1.489 estrellas del rock y del pop. De entrada, sólo 137 de estos 1.489 músicos habían muerto al realizar el estudio. Los demás, cabe decir, leen los resultados con aprensión.

Los mitómanos no atienden a razones y cargan contra ese estudio porque no analiza en profundidad el caso del llamado Club de los 27. Tal club no existe porque sus socios están todos muertos: se suicidaron o murieron envenenados por las drogas y el alcohol con veintisiete añitos. El Club de los 27 cuenta con Janis Joplin, Jimmy Hendrix, Amy Winehouse, Brian Jones, Jim Morrison o Kurt Cobain.

No sigamos por aquí. Podríamos formar clubes parecidos: el Club de los 33, por ejemplo. A cualquier edad de defunción, cuanto más cerca de la media, mejor, encontraremos famosos con los que formar un club.

Volvamos al estudio de marras. Se concluye que los músicos de rock y de pop tienen una tasa de mortalidad más alta que la población a la que pertenecen. Los músicos norteamericanos mueren a los 45 años; los europeos, a los 39 años. La tasa de mortalidad de los músicos americanos se mantiene más o menos estable; en cambio, los músicos europeos famosos después de 1980 tienen una mejor tasa de supervivencia (sic) y viven más que la generación anterior. Se drogan menos.

Los músicos con una infancia más desgraciada son los que más mueren por alcoholismo o drogadicción. Los solistas sufren más esta clase de problemas porque, dicen los autores, los miembros de las bandas se apoyan entre sí cuando las cosas se tuercen y el solista se apoya en la botella, por apoyarse en algo.

En resumen, no pinta nada bien ser músico y famoso. Los autores recomiendan que estos personajes no se conviertan en ídolos de la infancia y la juventud, sino en ejemplos de cuánto daño hace la mala vida, mediante fábulas aleccionadoras y moralistas. Pero los autores no consideran que así que uno pretende dar lecciones, así se queda sin público.

Mi conclusión sería que, si a usted le va la música, le iría mejor si se apuntara a una coral de Massachusetts, por si acaso.

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