El mundo es ansí



Pío Baroja pertenece a la generación del 98, la que se comió la derrota en Cuba y las Filipinas, la que se atragantó de pesimismo ante una España condenada a la tercera fila del orden mundial, pobre y miserable. Algunos de los escritores del 98, Valle-Inclán, por ejemplo, abrazaron el preciosismo del modernismo y nos dejaron más que prosa, poesía; otros, como Baroja, todo lo contrario, exprimen el lenguaje hasta dejarlo seco. Los técnicos hablan de economía de medios; Baroja, en cambio, decía que cuantas menos palabras, mejor.

De Baroja se dice que padecía un pesimismo existencial. El mundo es ansí es una buena muestra de ello. A mitad del cuento, surge el lema que da título a la novela. El mundo es ansí, cruel. La protagonista, en un arrebato de alegría, deja por escrito lo que sigue, justo antes del Epílogo:

     La vida es esto; crueldad, ingratitud, inconsciencia, desdén de la fuerza por la debilidad, y así son los hombres y las mujeres, y así somos todos.
     Sí; todo es violencia, todo es crueldad en la vida. ¿Y qué hacer? No se puede abstenerse de vivir, no se puede parar, hay que seguir marchando hacia el final.

Ya ven, ansí está el patio.

La protagonista, Sacha, hija de un general del ejército del Zar de Rusia, vive deslumbrada por los ideales revolucionarios, marcha a Ginebra, allá se casa con un judío y tiempo después se separará de él. Aquí Baroja desmenuza los ideales revolucionarios hasta reducirlos a tontería e inicia varios discursos de claros matices racistas, pues Baroja era aficionadísimo a ligar la forma de los huesos al carácter, el carácter a la raza, la raza a la nación, y ansí hasta el acabóse. Tales zarandajas demuestran que puede escribirse muy bien y con mucho mérito sobre la más completa estupidez: todo es ponerse.

Comienza entonces una segunda parte del relato, cuando Sacha se casará en segundas nupcias con un español, Velasco, y se iniciará un discurso sobre qué es España y sobre todo, cómo son los españoles. Según Baroja, un desastre de origen semítico, un pueblo bárbaro por civilizar, etcétera. Compárese tanta alegría con el discurso de Lorca, por ejemplo.

El final, amargo.

En resumen, una novela que no es de las mejores de Baroja. Eso sí, muestra sus manías y habilidades y podremos reconocer en ella tanto el estilo como las inquietudes del personaje. Su vertiente técnica es digna de estudio; como documento histórico tiene su gracia; como novela, es una opinión personal, deja bastante indiferente, ni chicha ni limoná, aunque algunas escenas son dignas de aplauso. Así que, si uno se queda sólo con el relato y la historia, no se aburrirá, pero no se apasionará y al tiempo, la olvidará.

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