El bienestar espiritual


Posición del "Loto que mira al Futuro con Ilusión", del maestro yogui Chachipiruli.

Los discursos institucionales para felicitarnos la Navidad o el Año Nuevo son, dígase alto y claro, un coñazo. No se libra del plúmbeo ritual la Presidencia de la Generalidad de Cataluña, que cada año pretende aleccionar a los catalanes sobre cómo tienen que juzgar el año pasado y lo bueno que es el gobierno y qué bien lo hace todo. Lo dicho, un muermo.

Dejando a un lado cómo se insulta a la inteligencia del ciudadano en estos discursos, también condeno que pretendan dictar una sentencia sentimental y comportamientos morales. Creo que este extremo es aberrante, es fascismo en estado puro, pero nadie parece darse por aludido.

Nos dicen que tenemos que afrontar el futuro con ilusión, por ejemplo, algo que particularmente me revienta. ¡Qué coño con ilusión! ¡Con la que está cayendo! Afrontaré el futuro como me venga en gana, con ilusión o desilusión, con el ánimo triste o alegre, con indiferencia, con temor, optimista, crédulo o escéptico. ¿Qué le importa a un funcionario público el estado de mi ánimo? ¡Que se ocupe de sus cosas, que no son pocas! ¿Quién se cree que es, el Gran Hermano de 1984? ¿Cómo piensa alegrarme el día?

El presidente Mas, presidente del Tripartito de la Derecha Nacional, líder patrio del Gobierno de los Mejores, segunda edición, va un punto más allá y quiere garantizar nuestro bienestar espiritual. Como les cuento.

Antes de llegar a eso, apuntaré que habla tan mal como de costumbre. Dice (traduzco) que una mayoría de catalanas y de catalanes quiere construir un país nuevo. En catalán como en español, existe el genérico, que se declina en la mayor parte de los casos como el masculino; lo correcto sería decir que una mayoría de los catalanes quiere construir un país nuevo. Si decimos una mayoría de catalanas y de catalanes, decimos que catalanes y catalanas, o viceversa, no son iguales ni son una misma cosa, sino dos cosas diferentes, lo que resulta discriminatorio a todas luces. Además, el estilo se afea con estas distinciones de género en función del sexo cuando existe un genérico a mano. Mal, muy mal.

Dice, atención, un país nuevo, no un nuevo país. La ciencia de la pragmática nos obliga a interesarnos por la posición del sustantivo y del adjetivo. Es sutil, pero se aprecia una diferencia. Podríamos escribir un país renovado y no cambiaría mucho el significado de un país nuevo; en cambio, un nuevo país y un país renovado no son lo mismo, porque un nuevo país es, más bien, uno que no existía antes.

Emplear el término país también es equívoco. Por país se entiende un territorio determinado, delimitado por la historia o por la geografía. Coloquialmente, significa Estado, porque se asocia un país a un Estado, pero no siempre es así ni tiene por qué serlo.

Lo mismo ocurre con la identidad nacional. Yo me siento catalán, español, tan catalán como español, más una cosa que otra, sólo una de las dos o todo a la vez y depende del día o de la hora, que ahora me da por ahí y ahora, por allá. La identidad religiosa, nacional, sexual, política, etc., de cada uno es un asunto que no incumbe al Estado. 

Porque el Estado no se ha de preocupar de lo que eres o dices ser, sino de lo que haces. De nada más que de los hechos objetivos. Por eso es bueno que el Estado garantice la libertad de cada uno para identificarse con lo que le venga en gana, mientras no haga daño a los demás.

Volvamos al discurso, tan aburrido. En propiedad, si quería dejar las cosas claras, don Artur Mas tendría que haber dicho que la mayoría de los catalanes quieren que su país (Cataluña mejor que su país) sea independiente, pero la palabra independencia y sus familiares rara, rarísima vez, aparecen en el vocabulario masista. ¡Todo lo contrario!

Cualquier eufemismo es válido para poder afirmar posteriormente que donde dije digo digo Diego y yo no he sido, sino que has sido tú. Si hablaba de independencia, también es arriesgado pronosticar que eso es lo que quiere una mayoría. Ya sabemos cómo acaban sus pronósticos de mayoría excepcional, con doce diputados menos. No es el momento de recrearse en el fiasco, pero, en resumen, tal como está el patio, agarrarse al eufemismo es estúpido y liante. Mejor dar la cara y llamar a las cosas por su nombre y no decir mentiras. Pero hace tanto tiempo que esto no ocurre que ya no saben cómo se hace.

Demos por bueno que la mayoría de los catalanes quiere un país renovado de la cabeza a los pies. Yo lo quiero: libre de ineptos y corruptos en el gobierno, respetuoso con los derechos y libertades cívicas de las personas, que trabaje por la justicia social y la igualdad de oportunidades, capaz de proteger a los débiles y perseguir a los sinvergüenzas, próspero al fin y respetuoso con la ley. ¡Ése es el país que quiero! Espero que la mayoría, también.

Pero un país, un Estado, una Administración Pública, no tiene más sentido que administrar lo que es de todos, la res publica. El cómo administrarlo y discriminar lo más importante y necesario de lo más circunstancial es la política, y la política no tendría que ir más allá. El Estado (entendido ampliamente) no tiene más sentido que ése, que es el que le damos. Per se, no tiene ningún sentido (excepto si uno lee a Hegel, y entonces tenemos un problema).

Don Artur Mas, sin embargo, dice (traduzco) el gran sentido de un país nuevo es garantizar el máximo bienestar cívico, espiritual y material de sus ciudadanos. Pues, qué quiere que le diga. No.

En primer lugar, métase por donde le quepa mi bienestar espiritual. Ése es cosa mía. A mí no me garantiza nadie mi bienestar espiritual. Qué le importa a usted mi alegría o mi desasosiego. Su mal gobierno me pone de los nervios, sus derrotas me llenan de alegría: váyase y dimita. Otro pensará diferente a como pienso yo. Pues, ya me dirá usted como garantizará el bienestar espiritual de ambos. Mi espíritu es mío, no quiero que también me lo recorte.

El Estado sólo tiene una misión y ésta es sagrada, si puede llamarse así, que es velar por el cumplimiento de la Ley y administrar la res publica como mejor se pueda. Nada más, ni nada menos, que no es poco. Los únicos Estados que se preocupan del bienestar espiritual de sus ciudadanos son las tiranías, que no aceptan ciudadanos descontentos con el devenir de la política, porque pensar diferente a los demás o creer que sufrimos un mal gobierno es delito y se condena.

Su única misión ahora mismo es procurar defender las libertades de los ciudadanos que la Ley le ordena proteger, procurar la igualdad ante la Ley de ricos y pobres y la máxima igualdad de oportunidades, protegiendo a los débiles del abuso de los fuertes. Del bienestar de cada uno ya se encargará otro, no se preocupe.

Pero lo principal es evidente: el discurso no pasará a la historia de la oratoria y fue capaz de dormir a las ovejas.

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