El señor Mascarell ¿bebe o fuma?


Parece que piensa, pero no se lleven a engaño.

Nos ha tocado vivir una encrucijada política, económica y social muy compleja gestionada por memos. Me temo que ésta es una conclusión irrebatible.

Si prestamos particular atención a Cataluña, mi barrio, uno se lleva las manos a la cabeza. Tanto da que usted quiera que su barrio siga formando parte de la gran ciudad o que se convierta en un municipio aparte, tanto da. El problema de la memez es universal y muy nocivo, para unos y para otros. 

Los memos más peligrosos son los que, no sabemos muy bien cómo, han pasado por mentes preclaras y brillantes los últimos años. Cuando, al final, se descubre su memez, sobrecoge el ánimo que un personaje semejante haya llegado tan lejos. Algunos de estos memos son, además, estúpidos. Especialmente, los memos al poder. 

¿Dónde situaríamos al señor Mascarell?

Como dijo Carlo M. Cipolla, un estúpido se distingue de los demás seres humanos porque hace daño a los demás sin obtener beneficio para sí. Nunca hay que despreciar ni el número ni la capacidad de los estúpidos para hacer estupideces.

Todo eso porque el consejero de Cultura, don Ferran Mascarell, se ha dejado ir en un discurso en Sant Miquel d'Escornalbou (Tarragona), este domingo, que pretendía ofrecer al público razones históricas para justificar su postura (actualmente) secesionista. Nos queda claro que es un memo, pero ¿es también estúpido, según Cipolla?

Vayamos por partes. Las razones históricas son las menos razonables de todas. Hoy estamos aquí, nos ha tocado esto y la pregunta es: ¿Qué hacemos ahora? Lo hecho, hecho está y no hay nada que hacer con ello.

Hegel, memo genial e inspirador de grandes memeces.

Por eso, en un Estado democrático, social y de derecho, o como quieran llamarlo, la Historia es una disciplina académica, no algo que procure legitimidad. Porque el historicismo no es un argumento legal, es sólo una teoría filosófica, y la política se basa (tendría que basarse) en los hechos. Pero, ya que nos ponemos a imitar a Hegel y nos ponemos históricos, lo mínimo que puede pedírsele a uno es que no diga (muchas) memeces. El señor Mascarell, en cambio, las dijo una detrás de otra. Flaco favor hace a quienes pretende ayudar.

Ejemplo de anomalía.

Ha llamado la atención de todos (y no es para menos) que calificase España como el fruto de una anomalía histórica (sic). Sale en todos los titulares. A decir del señor Mascarell, somos únicos, singulares, y uno tiene que preguntarse por qué.

Además, la anomalía española no es una anomalía cualquiera, del montón. No, no, es ella misma una anomalía anómala. Vean, si no. Según don Ferran Mascarell, llevamos siendo anómalos tres siglos seguidos, ni más ni menos. ¡Coño! Tres siglos de anomalía son muchos siglos. 

Una anomalía histórica podría ser el reinado de Ajenatón y la cultura de El-Amarna, que duró lo que duró. Una anomalía es una singularidad estadística y no hay singularidad que aguante tres siglos, ni en los mejores sueños ni en las peores pesadillas. Por lo tanto, tres siglos... ¿Acaso España ha vivido ajena a la historia de Europa, del mundo, de las ideas, del progreso o de la climatología durante tres siglos? La pregunta tiene más enjundia. Tendría que ser: ¿Existen las anomalías históricas? Si existen, ¿cómo distinguirlas?

Sólo Pemán, que era un facha, creyó que España era una anomalía histórica. En general, creer que la historia de mi nación es singular (ergo, anómala) es el fundamento de cualquier nacionalismo. La anomalía convierte a mi nación en única, en especial, en una delicatessen histórica que no puede ser otra cosa que una unidad de destino en lo universal, que diría Hegel.

El señor Mascarell también cree en estas tonterías. Digo tonterías, con todas las letras. Las anomalías históricas o nacionales son gilipolleces para entretener al personal y pagarle la cátedra a Hegel. Lo peor es que se defiende que existen con manifiesta ignorancia sobre lo acaecido en el pasado y entonces surgen los memos, los estúpidos y Mascarell.

A decir del consejero chaquetero, la anomalía histórica española se inició en 1714. Exactamente, el 11 de septiembre de 1714. No podemos precisar la hora, pero estamos en ello. En ese momento tan singular de la historia, se impuso un modelo autoritario y jerárquico (sic) sobre un republicanismo monárquico (sic), dijo el consejero de Cultura (sic) y hay que ser burro para sostener semejante majadería.

Escena heroico-patriótica de la Guerra de Sucesión. Ésta, en Francia.

La Guerra de Sucesión fue una larga guerra civil (también europea) en la que se enfrentaron los partidarios de un rey de España Haubsburgo y los de un rey de España Borbón. Perdieron los partidarios de la monarquía austríaca y ganaron los partidarios de la monarquía francesa, y eso es lo que se celebra el 11 de septiembre. Nada más lejos del republicanismo que los Haubsburgo, nada más próximo al autoritarismo y la jerarquía que la monarquía austríaca. O la francesa. O cualquier otra, porque todas las monarquías europeas adoptaron el absolutismo a lo largo del siglo XVIII. Si no hubiera sido Felipe, hubiera sido Carlos, si no hubiera sido en 1714, habría sido antes o después. 

Y, por favor, hablar de democracia y parlamentarismo tal como se entienden ahora antes de las revoluciones americana o francesa es una bobada mayúscula. La guillotina impuso la democracia en Europa.

A decir del señor Mascarell, España se formó (cito) en manos de una élite alejada del pactismo, con un espíritu autoritario y jerárquico, sin más objetivo que construir un Estado único, unificado, centralizado, radial, jerárquico [repite jerárquico], que unificara en una sola nación de matriz castellana todo lo que respiraba bajo sus dominios

Felipe V, el que ganó la guerra, el malo de la función.

Cambién España por Francia, Austria, Rusia o Prusia y tendrán un resumen del siglo XVIII. Entonces nació el Estado como lo entendemos ahora, como un sistema de gestión unificado, burocratizado y ejercido por estadistas profesionales, funcionarios públicos. Como el señor Mascarell se ha pasado del socialismo a la extrema derecha, ahora defiende la liberalización y privatización del Estado, no quiere ni ver a los funcionarios y lo que no sea repartir el pastel entre los amigos es autoritarismo.

Según Mascarell la anomalía continúa vigente (sic). Por cierto, ¿las anomalías son vigentes? ¡Vaya consejero de Cultura...! La anomalía sigue ahí porque (cito de nuevo) España está configurada por un conjunto de instituciones estatales perdidas en su propio laberinto, incapaces de pensar en los intereses de los ciudadanos. Vaya, que sufrimos un mal gobierno. Naturalmente, no se refiere al gobierno del que forma parte, sino al otro. Porque el gobierno del que forma parte el señor Mascarell no es malo, no, qué va a ser malo, por favor. ¡Jamás!

Para resolver (sic) esta anomalía histórica, Mascarell propone, atención, la creación de un Estado propio para Cataluña. Esto (cito) resolverá el problema español de siempre. Además es el camino para dar estabilidad y progreso en el sur de Europa (sic). Peor o mejor todavía: el nuevo Estado catalán [favorecerá] un renovado iberismo [...y...] una alianza entre Cataluña, España y Portugal. ¡El señor Mascarell quiere regresar a los tiempos del Conde-Duque de Olivares!

El conde-duque de Olivares, modelo de Mascarell.

Hay una frase que no entiendo, ni en versión original ni traducida, porque el consejero de Cultura no sabe hablar. Dice: Los catalanes entendemos definitivamente que el Estado es de parte y no de todos. ¿De parte de quién(es)? ¿Aparte? ¿De qué parte? ¿Parte hacia alguna parte? ¿Parte y reparte? En fin, es una parte del discurso que carece de importancia, como el resto.

Luego sale con éstas. Aquí me siento particularmente ofendido. Dice que sólo pueden oponerse a la creación del Estado catalán (cito) los autoritarios, los jerárquicos y los predemócratas o los que confunden España con su finca particular

Se me ocurre que pueden oponerse a la creación de un Estado catalán los que, por amor a los catalanes, no quieren verlo en manos de caballeros como usted, señor Mascarell. Es lo primero que me ha venido a la cabeza.

Díganle tonto, pero es consejero de Cultura. En qué país vivimos.

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