De vez en cuando, nos vemos sorprendidos por los resultados de alguna investigación científica. La última que nos ha llamado la atención es el artículo publicado en Biology Letters, del que tenemos la siguiente referencia: Alexei A. Maklakov, Simone Immier, Alejandro González Voyer, Johanna Rönn y Niclas Kom. Brains and the city: big-brained passerine birds succeed in urban environments. Biology Letters. DOI: 10.1098/RSBL.2011.0341.
¿Qué nos propone este apasionante artículo de la revista de la Real Sociedad Británica de Biología? Según los autores del escrito, los pájaritos de la ciudad son más listos que los pajaritos del campo. Más listos, exactamente... Digamos que, en proporción a su peso, los pajaritos de la ciudad tienen el cerebro más grande que los pajaritos silvestres. Son más cabezones y como dedujo el señor Holmes en El caso del carbunclo azul, deduje que era inteligente porque una cabeza tan grande sirve para algo más que para aguantar el sombrero.
El estudio se ha llevado a cabo en doce ciudades francesas y suizas. Se ha estudiado el comportamiento de ochenta y dos especies de aves paseriformes... Perdón. Quiero decir, pajaritos. Las aves paseriformes (los pajaritos) son pequeñas, hacen nidos y cuidan a sus crías, que nacen que dan pena, pobrecitas, desplumadas e indefensas. La ciudad está llena de aves paseriformes (pajaritos) y añado que muchas de ellas, además, cantan y nos alegran el día.
De esas ochenta y tantas especies de pajaritos, sólo crían en la ciudad treinta y ocho. Las otras viven en las afueras, pero no se atreven con el asfalto. Y como ya he dicho y afirman los señores biólogos, los pajaritos urbanos tienen un cerebro más grande. Por poner un ejemplo, el carbonero común (Parus major, el de la fotografía) tiene un cerebro un 20% más grande que el de la oropéndola (Oriolus oriolus).
Qué listos, los biólogos. Dicen que vivir en un entorno urbano supone tragar con el ruido, las luces nocturnas, el problema de la vivienda (del nido, perdón) y el comer lo que uno encuentra en cualquier parte, pues, en vez de deleitarse con las jugosas lombrices silvestres, los pajaritos tendrán que conformarse con esas lombrices de invernadero que se dan en parques y macetas. Esto supone un reto diario que un pájaro tonto, definitivamente, no puede superar. Pero díganle tonto al pájaro que vive en el campo, ajeno al ajetreo cotidiano de una gran ciudad. Si han leído a Horacio, recordarán su aurea mediocritas y su famoso carpe diem. Aunque Horacio era un pájaro de ciudad, añoraba la sabiduría campestre... No sé qué pensar. Puede que sea una leyenda urbana, eso del campo tan feliz.
Pero ¡volvamos al caso! Lo que dicen los biólogos es que los pajaritos cabezones urbanos se adaptan mejor a este entorno tan complicado porque tienen más recursos intelectuales que sus primos del campo. Tienen, cito, un mayor nivel de innovación. Dígase de otra manera: los pajaritos del campo son más conservadores. ¿Les suena a tópico?
El estudio plantea nuevos retos científicos. El primero, si ocurre lo mismo en otras ciudades y con otras especies. El segundo, valorar el impacto evolutivo de la cultura urbana en los pajaritos. Queda por dilucidar una tercera cuestión, si los pajaritos de ciudad consumen más ansiolíticos que los pajaritos del campo. Se verá. Es apasionante, la ciencia.
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