Todo el mundo critica al señor Anglada, populista, racista, que se ha formado políticamente en el fascismo y el negacionismo, que ha dejado atrás la bandera con la gallina y que ha adoptado sin problemas una bandera libre de pájaros, pero con más rayas colorás. Un tipo como éste, tan poco recomendable en política como dañino en la vida pública, utiliza un lema con el que hay que ir con mucho ojo: Primero, los de aquí.
No crean ustedes que este grito simple e instintivo surge de la nada. En Cataluña llevamos muchos años a vueltas con la inmigración, a la que explotamos al tiempo que señalamos como causa de todos los males. Nos podemos remontar a la ideología de clara inspiración racista de los años veinte, que combatió el socialismo y el anarquismo desde la defensa de los valores patrios ante el extranjero, porque el extranjero, ya saben, venía a fastidiarlo todo; podemos leer lo que escribió Jordi Pujol en los años cincuenta sobre los inmigrantes (entre ellos, algunos que habían nacido en Cataluña en el siglo XIX); y no hay más que oír lo que dice su señora cuando le dejan un micrófono y le preguntan por un negro; no citaré a Heribert Barrera, racista visceral, pero podemos citar a Coll i Alentorn sosteniendo que los catalanes son diferentes al resto de los mortales (y por tanto, gozan de más derechos y privilegios) porque la composición geológica del suelo del Principado es granítica, y eso mola. Etcétera.
Cuando uno juega a sostener que uno, por el simple hecho de ser de aquí, tiene más derechos que otro que no es de aquí, y este ser de aquí no es un hecho administrativo, sino ideológico, la tenemos liada y nos enfrentamos a un mal asunto. Y ésta es una de las principales aficiones de la clase política catalana, y siento decirlo en lo más profundo de mi alma, porque me gustaría que nuestros representantes fueran de otra manera.
Con esos antecedentes políticos, uno se da cuenta de las fuertes y sólidas raíces del racismo en Cataluña, que es también clasismo. Pero también podría acudir a la distribución de la renta per cápita en los diferentes barrios de la zona metropolitana de Barcelona, por ejemplo, lo que es un dato, no una opinión. También podría observar qué alumnos acuden a qué escuelas, o echar un vistazo a la composición del Círculo de Economía, el Patronato del Liceo o ver quién acude al palco del Barça cuando hay una copa de por medio. El poder está en manos de quien está, de los de aquí, de la Casa Nostra.
De esos lodos surge el contrato del inmigrante propuesto por CiU, del que se habla poco porque ahora lo ha recuperado el PP y no hace más que jalearlo en voz alta y desagradable. El vergonzante comportamiento de la antigua alcaldesa de Cunit, y también senadora, Alberich, del PSC, o la turbia ideología del alcalde de Vic, Vila d'Abadal, de Unió, que convive con el señor Anglada en sus cosas, y tantos otros, demuestran que el populismo, el racismo y la estupidez son herramientas empleadas para ganar votos. Peor que eso: guían el pulso del gobierno de la res publica en nuestro país. Desgraciadamente, añado.
¿Que el populismo y el racismo también tienen éxito en España? ¡Qué descubrimiento! No lo dudo, ni lo niego, y nunca he dicho lo contrario. Pero yo vivo aquí, y estas cosas que digo suceden a mi alrededor.
A lo que íbamos. El mensaje del señor Anglada, simple y directo, primero, los de casa, ha triunfado, y ésa es la mala noticia. Plataforma por Cataluña quizá no haya ganado muchos votos, o quizá demasiados, pero su mensaje, más o menos diluido, ha calado en lo más hondo de nuestros líderes patrios. De todos nuestros líderes patrios.
Quizá el último ejemplo es el de la llamada Ley Ómnibus, que acompaña a los Presupuestos de la Generalidad de Cataluña de 2011, que es un golpe contra el Estado del Bienestar dado con muy mala leche y peores intenciones.
Es paradójico, porque omnibus en latín significa para todos (es un ablativo, que será agente o circunstancial), pero en el Parlamento de Cataluña significa para los de aquí. Fíjense que he escrito Ley Ómnibus con tilde, porque es así como lo escriben los periodistas y los políticos catalanes, creyendo que hablan de un vehículo de transporte público. Uno no puede pedir peras al olmo y ya se sabe lo que don Baudilio y sus amigos piensan de las Humanidades.
Esta ley de acompañamiento de los presupuestos las deja ir contra los de fuera. Por ejemplo, se piden cinco años de empadronamiento en Cataluña para acceder al cheque-bebé (y se tardan otros cinco años en cobrarlo, añade un padre indignado). Puede darse el caso de una familia legalmente establecida en España desde hace un montón de años, que hace tres se haya trasladado a Barcelona, por ejemplo, y por no ser de aquí...
Primero, los de casa, Anglada dixit. Legalmente, uno está cubierto por los servicios sociales, educativos y sanitarios catalanes si está empadronado en Cataluña, punto, y legalmente, a efectos de ciudadanía (derecho a voto, por ejemplo) un catalán es un español que reside en Cataluña, aunque su residencia o empadronamiento tenga apenas un día, aunque sea recién residido, aunque no sea de aquí.
Eso se dijo el miércoles. El viernes se añadieron restricciones al acceso a la sanidad pública catalana. Quedan fuera del sistema sanitario catalán los extranjeros no comunitarios que no lleven empadronados en Cataluña, como mínimo, seis meses y que además acrediten que no tienen cobertura sanitaria pública. No es por nada, pero resulta que esta propuesta contradice la Ley de Extranjería, porque un extranjero no comunitario puede tener perfectamente en orden un permiso de residencia en España hace años, pagar sus impuestos y cumplir con sus obligaciones, y cambiar de residencia por cualquier razón (trabajo, familia, qué sé yo). Si tiene la mala suerte de pillar un dolor de tripas en Cataluña, recién llegado, ¿qué hacemos con él?
Quizá le atiendan si paga, porque esta Ley Ómnibus no es, definitivamente, una ley omnibus (en latín), sino una majadería. El Gobierno pretende que los hospitales públicos puedan ofrecer servicios de medicina privada a la población. Esto es, en primer lugar, una barbaridad y en segundo lugar, una burrada. ¿Cómo se delimitará la separación entre lo público y lo privado? ¿Cómo impedir que se deriven los enfermos de las listas de espera de los quirófanos públicos a los privados? La patronal de los hospitales está que trina y el Colegio de Médicos avisa del peligro de facilitar actuaciones poco éticas, favoreciendo el negocio de unos pocos con los recortes de la salud pública, negocio hecho a cuenta de los más pobres, por supuesto.
Pero éste es otro asunto, otro triste, lamentable y penoso asunto. Quosque tandem, Baudilius, abutere patientia nostra?
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