Theodore von Escherich descubrió un microbio al que bautizó Bacterium coli. Años más tarde, los científicos rebautizaron al bicho, que pasó a llamarse Escherichia coli, en honor del caballero. Por abreviar, la llaman E. coli. Es una de las bacterias que más interés ha despertado entre los biólogos porque, atención, es uno de esos bichitos que viven en nuestro tracto digestivo. Las E. coli fermentan la glucosa y la lactosa, retienen para nosotros las vitaminas B y K... Son bacterias anaerobias, que se desplazan de aquí para allá con la ayuda de flagelos peritricos (moviendo unos pelitos, para entendernos) y que vive, literalmente, en (y de) la mierda.
Eso sí, la E. coli, tan buena que parecía, tiene una mala idea que para qué. Si usted pilla una E. coli, que Dios le pille confesado: puede sufrir infecciones generalmente graves, del aparato intestinal o del aparato excretor (provocando, por ejemplo, diarreas hemorrágicas), cistitis, meningitis, peritonitis, mastitis, septicemias y hasta neumonías.
A tal punto llega la mala leche de la bacteria que los biólogos clasifican las E. coli por el daño que provocan en los animales o en el ser humano. Son agresivas, patógenas convulsivas y tóxicas un montón. Pero nos cruzamos con ellas prácticamente todos los días, a todas horas.
La principal vía de contagio de la E. coli es fecal. A la que hay mierda por medio, hay E. coli. Si usted no se lava las manos después de quedarse tan a gusto y manipula un alimento, las más de las veces alguien pillará un dolor de tripas. La limpieza, la correcta manipulación y la cocción de los alimentos alejan el peligro. Sin duda, la E. coli es una de las principales causas de intoxicación alimentaria.
De ahí surge la llamada crisis del pepino. En Alemania, una cepa de E. coli altamente tóxica ya ha dejado tras de sí una treintena de muertos y el suplicio intestinal de miles de personas. Las autoridades de Hamburgo, desbordadas por la epidemia, comentaron en voz alta que la E. coli había salido de una partida de pepinos españoles. Aquí se armó la de Dios es Cristo y mucha gente ha quedado en evidencia, especialmente las autoridades sanitarias alemanas y de la Unión Europea, que no han dado la talla.
Hay que decir, sin embargo, que los inspectores alemanes habían interceptado pepinos patrios con E. coli. Que éstos pillaron la bacteria aquí, allá o yendo de aquí para allá, quién sabe, pero ahí están los análisis. Sin embargo, la E. coli de los pepinos españoles no era la misma E. coli que estaba haciendo una escabechina entre los consumidores alemanes.
Luego le tocó el turno a la soja. También pillaron E. coli en la soja alemana, pero tampoco era la E. coli culpable de la epidemia. La situación sanitaria alemana comenzaba a parecer deficiente. Pepinos, soja, tomates, lechuga...
Al final, tras mucho darle vueltas, han dado con el foco de la infección: el cultivo biológico de brotes de semilla en la Baja Sajonia. En pocas palabras, los agricultores biológicos de la Baja Sajonia no siguieron las más elementales normas de higiene. Es una pena, porque ciertos personajes confunden lo biológico, lo ecológico, lo natural, lo sano y la porquería, y al final acabamos pagándolo todos.
Una agricultura tradicional puede ser limpia y segura, y no es contraria a las normas de higiene que reducen al mínimo la contaminación de E. coli u otros problemas sanitarios. Tendrá sus ventajas y sus inconvenientes, pero bien hecha es tan segura (o tan poco segura) como cualquier otra. Sobran los ejemplos.
Si me permiten, un apunte final sobre tanto palabro y tanta tontería. ¿Qué es un cultivo biológico? ¿Conocen ustedes algún cultivo que no sea biológico? ¿No podrían llamar a las cosas por su nombre? Por ejemplo, agricultura artesanal, tradicional o algo parecido. Con ecológico, tres cuartos de lo mismo. ¡Cuánto cuesta hablar con un poco de propiedad! Parece que a nadie le importe un pepino hablar bien.
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