¿Cómo es posible perder tanto en tan poco tiempo? La protesta ciudadana hubiera merecido mejor suerte. Era justo, incluso necesario, un grito de alerta. Ante la corrupción y la ineptitud de la clase política, ante los abusos del fuerte contra el débil, ante los planes de desmenuzamiento del Estado del Bienestar, por decir algo, el ciudadano de a pie tenía que hacerse oír. Muchos vimos con buenos ojos el ¡Basta! inicial. Todos vimos el titubeo de la clase política, que no comprendía el porqué.
Pero ¿qué ha pasado? ¿Quién, cómo, ha echado todo a perder?
El movimiento de protesta se ha enquistado y ha sido okupado. Ha sido incapaz de proponer nada serio, se ha manifestado hueco y volátil, se ha visto desprovisto de un poso ideológico. Si quieren, por no tirar tan alto, ha sido incapaz de exponer una queja severa, racional y razonada, y fíjense ustedes que había y siguen habiendo motivos para llamar la atención. Han hecho tanto daño a una causa justa, tanto daño, que todavía no podemos evaluarlo.
Es triste comprobar que el laisez faire que la clase política ha dedicado a esta manifestación ciudadana no ha respondido a un astuto plan de desprestigio, sino al simple no saber qué hacer. Pero, maldita casualidad, ha sido la táctica ideal, el mecanismo perfecto, para desprestigiar, descomponer y disolver lo que nació como un incendio y ha resultado ser un fósforo.
Esos imbéciles, ésos que no supieron retirarse a tiempo, los que así que han abierto la boca en las asambleas han mostrado que su ideología es el tópico y su preparación para la acción política, la de verdad, nula, por no hablar directamente de su más que demostrada gilipollez... Ésos han acabado con la ilusión de una protesta espontánea, verdaderamente sentida por la mayoría, y justa, añado.
Pero, ah, no, no se conforman con tan poco. Gracias a su torpeza, esos zotes se han cargado las protestas legítimas de, pongamos por caso, el personal sanitario o los maestros de escuela, que claman al cielo en contra de los tijeretazos que sufren ellos y sufriremos todos. Será fácil acusar a estos trabajadores de pertenecer a la misma calaña de holgazanes que duermen la mona en las plazas públicas del reino.
Si no, pregunto: ¿alguien se acuerda de la multitudinaria manifestación de Barcelona contra los recortes en Sanidad? Nadie se esperó una respuesta ciudadana tan contundente contra los planes del gobierno conjunto de CiU y del PP en Cataluña. Pero, ahora, ¿quién la recuerda? Nadie. ¿Quién ha conseguido enviar al olvido y desprestigiar una demanda tan justa? Esos idiotas, los enquistados en el tópico y la gilipollez, ésos que parece que trabajen para el enemigo.
Fíjense ustedes que, si ahora salgo yo a la calle protestando por los recortes en las ayudas sociales, será inevitable que alguno me señale con el dedo y me insulte llamándome indignado. ¿Indignado? Llevo un cabreo encima... Esa chusma ha hecho más mal que bien, y qué pena, penita, pena, que siento ahora mismo. ¡Ya no sabemos hacer ni la Revolución! Por no saber, no saben ni hacer la o con un canuto. A las asambleas me remito, y a sus tan meditadas e infumables conclusiones.
Sin embargo, quiero y me permito acabar esta entrada con una irreverencia, y espero que sepan perdonarme.
El episodio del Parlamento de Cataluña ha sido vergonzoso, ha sido la gota que ha colmado el vaso, pero no hay para tanto. En el País Vasco y Navarra, desde hace muchos, muchos años, los representantes del pueblo, o de parte del pueblo, escogidos libremente en las urnas, sufren un acoso mucho más peligroso por parte de personajes de peor calaña. Ellos, sus familias, sus amigos, han sufrido en sus carnes lo que vimos en el Parque de la Ciudadela un día sí y el otro, también. Y algunos de los que hoy se llenan la boca de escándalo, callaban o restaban importancia a los que, bandera en ristre, ejercían de canalla y chusma con total impunidad.
Eso sí, cuando a uno de aquí le tocan los bemoles...
Desde Bucarest, un sonoro aplauso por tu última reflexión, sólo irreverente en un lugar como Catalunya.
ResponderEliminarAbrazos