Qué manía tiene todo el mundo con el 23-F, el 15-M, el 19-J, el 20-N... cuando tenemos el 23 de febrero, el 15 de mayo, el 19 de junio, el 20 de noviembre o lo que corresponda. Además, algunas letras se prestan a un tanto de confusión. La M podría ser marzo o mayo y la J, junio o julio. Con la A, tres cuartos de lo mismo. Y los meses, en castellano y catalán, se escriben con minúscula. Pero ¡tanto da! Las reglas están para saltárselas. No importan para nada. Quién más, quién menos, se llena la boca de letras y números y se cree sabio y feliz.
Creo que es un vicio lingüístico que nace en los grandes titulares de los periódicos sensacionalistas anglosajones, que usan unas letras tan grandes para decir cosas tan nimias que han necesitado eliminar letras del vocabulario y crear palabros breves. Creyendo que tal era lo más, alguno de por aquí imitó a los de fuera, haciéndose el moderno, por no ser menos. Así leemos (y oímos) cosas del veintitrés efe, el quince eme o el diecinueve jota que, si nos hemos despistado o no hemos pillado todavía a qué se refiere, vamos un poco perdidos. Lo del veintidós eme ¿qué es? ¿Un modelo de aeroplano ruso? ¿Un polímero aromático? ¿Una fecha? Pues ¿qué fecha?
En algunos casos, la cosa se complica. Se dice, por ejemplo, el movimiento quince eme. Así, tal cual. Uno se pregunta si el quince eme será un tipo de movimiento gimnástico o una estrategia del ajedrez. Es que, por no decir, no dicen siquiera el movimiento del quince eme, dicho que nos podría dar alguna pista más sobre este asunto. Ya lo (pre)dijo George Orwell en 1984: la sociedad es menos libre cuantas menos palabras utiliza.
¿Exagero? Sí, pero algo de razón hay en lo que he dicho.
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