El 17 de julio de 1936, los mandos del Ejército de África se pronuncian en contra del Gobierno de la II República Española. El 18 de julio, el pronunciamiento triunfa en media España, y los sublevados inician la marcha hacia Madrid, mientras corría la sangre de las primeras víctimas de lo que sería la Guerra Civil Española.
¿Qué ocurrió para que la España del Café Gijón y la Residencia de Estudiantes cediera el paso a las balas? ¿Qué fue de la España de Machado, Unamuno, Lorca...?
Es inútil buscar una explicación que pueda aliviar nuestra desazón. Los libros de historia y los archivos nos muestran una España que no conocemos, que no hemos sentido. Nuestro desconsuelo es infinito. Diría que nos resulta imposible comprender por qué pasó lo que pasó, por mucho que conozcamos al dedillo los acontecimientos históricos y la biografía de sus protagonistas.
No sabemos cuántos muertos se llevó por delante la estupidez. En la retaguardia, asesinados por unos y por otros, entre sesenta y ochenta mil por bando, unos pocos más en el bando republicano. En el frente, hay quien dice que cayeron doscientos mil, hay quien dice trescientos mil, hay quien se atreve a ir más allá. Entre cuatrocientos y quinientos mil españoles fueron condenados al exilio. Esto, sin contar cuántos morirían de hambre o enfermedades. Una vez acabada la guerra, la cínica, corrupta, triste y resignada miseria física y moral de la postguerra, donde el vencedor siguió matando vencidos, tantos como cien mil, según unos, o doscientos mil, según otros. Pocos acontecimientos han marcado tanto la historia de España como nuestra Guerra Civil.
Han pasado setenta y cinco años desde ese desgraciado alzamiento. La fecha ha pasado sin pena ni gloria, nadie le ha prestado demasiada atención. Seguimos sin tener un Museo de la Guerra Civil digno de tal nombre y es tanta la estulticia que se gasta alrededor de este asunto que hay para ponerse a llorar. Los periódicos apenas dedican cuatro líneas al aniversario; de la televisión, mejor no hablar. Algunos mayores recuerdan todavía el estremecimiento que producían las sirenas antiaéreas, el trallazo del hambre, el miedo de la trinchera, pero son cada vez menos.
La historia se nos escapa de las manos, y aunque es falso que la historia se repite, es bien cierto que se aprende mucho de ella. Tendríamos que aplicarnos más a la lección.
No hay comentarios:
Publicar un comentario