A veces, la ciencia nos sorprende con boutades, otrosí llamadas tonterías. Dígase que confirma lo que sospechábamos, y uno se pregunta a santo de qué se dedican tantos esfuerzos para confirmar algo ya sabido, pero eso sería simplificar. Hay un porqué que escapa al profano, pero el qué puede ayudarnos a sonreír.
Todo esto por un artículo que ha publicado la revista Science. Poca broma con Science, que lo que dice Science va a misa. El artículo se titula Google Effects on Memory: Cognitive Consequences of Having Information at Our Fingertips, y está firmado por Betsy Sparrow, Jenny Liu, and Daniel M. Wegner, de las universidades de Harvard, Columbia y Wisconsin-Madison; ha sido publicado el 14 de julio (ref. 1207745), tanto en papel como en formato digital para usuarios registrados.
¿Qué dice el artículo? Describe un experimento. Los voluntarios se enfrentaban con datos curiosos. Por ejemplo, que el ojo de la ostra es más grande que su cerebro. ¡Caramba! ¡No sabía que las ostras tenían ojos! La cuestión es que les contaban estas cosas al tiempo que utilizaban el ordenador para anotarlas en una base de datos, o las aprendían de verlas en algún lugar de internet. Tiempo después, les preguntaban por el ojo de la ostra, por seguir con el mismo ejemplo. Los investigadores observaron que las personas cobayas no respondían de inmediato, sino que tecleaban ostra y ojo en el ordenador. En pocas palabras, ¿para qué iban a memorizar nada si tenían el dato a mano? ¿Para qué esforzarse en recordar una cuestión compleja si con el ratoncito tenemos la respuesta en un pispás?
Los autores afirman que internet se ha convertido en (copio y traduzco) la forma primaria de memoria externa o transaccional, donde la información se almacena colectivamente fuera de nosotros mismos. Es decir, que nos vuelve un poco más idiotas cada vez. ¡Qué descubrimiento!
Como dijo aquél, jamás nos lo hubiéramos imaginado. Lo de que las ostras tenían ojos, quiero decir.
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