En estos días de zozobra, los gobiernos, los poderes fácticos y ésos agoreros de tertulia buscan a quién echarle las culpas de sus meteduras de pata. Los inmigrantes y los funcionarios son los muñecos del pim-pam-pum que han escogido estos ineptos para hacer puntería. La verdad, son ideales para la función. Son colectivos que se rigen por sus propias reglas y el común los examina con suspicacia y recelo. Será inútil explicar que el inmigrante cuesta menos dinero a la Seguridad Social que un indígena, o que es un privilegio de los ciudadanos contar con un cuerpo de profesionales que, mande quien mande, aunque no mande nadie, hacen que la Administración Pública funcione. Ambos colectivos son la patria del estereotipo, el prejuicio y la inquina.
No se dice, por ejemplo, que una buena Inspección de Trabajo pondría en apuros a muchos empresarios que contratan inmigrantes en condiciones dolosas, que, es cierto, perjudican a los trabajadores indígenas... casi tanto como perjudican a los trabajadores inmigrantes. Tampoco se dice que los flamantes planes de nuestros gobiernos consisten en privatizar, externalizar, la función pública, y privarla de contenido. Las comisarías de policía las vigilan guardias jurados; médicos y enfermeras se contratan por horas; la escuela pública se sustituye por el colegio concertado; los inspectores de sanidad, medio ambiente, trabajo o seguridad industrial tienen las manos atadas por falta de medios y no dan abasto; la sanidad pública se deja para los pobres, que no pueden pagar una mútua; etcétera, sin entrar en el trapo de una gestión deficiente, porque los que mandan, a la vista está, no saben gestionar.
Hace un par de días, el señor Rosell, presidente de la CEOE, una asociación que representa la gran patronal, protagonizó muchas portadas y sesudas tertulias porque hizo unas declaraciones donde, tópico tras tópico, se despachó a gusto. Si eso es todo lo que nos puede ofrecer, apaga y vámonos. Por ahí puede encontrarse el vídeo donde proclama sus pesares, y es tan triste que tan poca oratoria y un discurso tan hueco sean protagonistas de los telediarios que uno ya no sabe adonde agarrarse para no desfallecer.
Dijo, poco más o menos, que la culpa de que haya tantos parados es de tanta gente que se apunta al paro porque sí, y que se reduce el paro borrando de la lista de parados a los que no quieren trabajar, reflexión que tiene miga. También acusó a los enfermos crónicos de pasar el día en la consulta del médico, y no se libraron los estudiantes que sacan malas notas. Sin embargo, cargó contra los funcionarios, a los que dejó de vuelta y media. Vagos, prepotentes, tendrían que ser sustituidos por trabajadores con contratos-basura, que uno pudiera echar a la calle a la primera de cambio, tal como hacen las empresas de este caballero.
¿Qué quieren que les diga? Dejando a un lado que su oratoria es semejante al parlar de una ameba, ¡qué colección de tópicos! El pim-pam-pum, nada nuevo... aunque el ejemplo que puso me da mucho en qué pensar, y nadie le prestó atención. Puso como ejemplo al inspector de Hacienda que denuncia a un empresario por evasión de impuestos. Llegado el día del juicio, el juez considera que las pruebas no son suficientes y perdona la multa. A eso se le llama presunción de inocencia. El señor Rosell se pregunta si este funcionario no tendría que pagar todos los inconvenientes que ha causado al pobre evasor de impuestos, dando a entender que si un inspector de Hacienda denuncia a alguien y la denuncia no prospera, él tampoco tendría que prosperar, y sería lo mejor echarlo de patitas a la calle.
Esta visión de la Inspección de Hacienda supone que la mejor Inspección de Hacienda es la que no existe. Reflexionen un poco y piensen qué podría ocurrir si el inspector que presenta una denuncia que no prospera perdiera su trabajo. Sería el paraíso para los caballeros con los que el señor Rosell comparte sus días. Pero no creo que a las personitas de a pie nos fuera mejor.
En resumen, piensen un poco antes de tirar contra el pim-pam-pum, no comentan alguna tontería y se peguen un tiro en el pie.
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