El primer astronauta


Representación canónica de Wan Hu, alzando el vuelo y acariciando la Luna.

A poco que busque uno, encontrará un cráter de meteorito en la cara oculta de la Luna que se bautizó Wan-Hoo, o Wan Hu, en honor al ilustre Wan Hu, que unos llaman Wang Hu, otros Wang Tu, otros Wang Hoo... En fin, que poner los ideogramas chinos en forma de letras fenicias es un problema. Digamos Wan Hu y sigamos adelante con su notable historia.

Se sabe que los primeros cohetes se fabricaron en el siglo XIII, en China. De ahí, árabes mediante, pasaron a Europa. Los usos de los primeros cohetes fueron la maravilla de los fuegos de artificio y el espanto de armas ruidosas y muchas veces incendiarias. Su empleo bélico gozó de una gran popularidad, pero en el siglo XVI ya nadie empleaba munición de esta clase. Como dijo Shakespeare, much ado about nothing, que quiere decir mucho ruido y pocas nueces.

En el saber del siglo XVI, tanto en China como en Europa, el cohete era un artefacto que no servía para nada. Hasta que, adelantándose a su tiempo, un chino llamado Wan Hu fabricó una silla voladora (sic).

El hecho se expone como leyenda, pero somos muchos los que creemos que Wan Hu hizo eso que dicen que hizo. No conocemos el detalle de la historia y sí muchas especulaciones, pero Wan Hu vivió a principios del siglo XVI. Le gustarían las pólvoras, porque un buen día se propuso volar con ayuda de cohetes.

Otra versión de la silla voladora de Wan Hu. Los cometas harían las veces de timón.

Mandó fabricar cuarenta y tantos cohetes de los gordos y atarlos a una silla. Unos dicen que fueron cuarenta y tres y otros, cuarenta y siete cohetes, tanto da. Mandó situar su Silla Voladora ante el Emperador, apareció vestido con las mejores galas y anunció a todos los presentes que iban a presenciar algo maravilloso y sorprendente. Se sentó en la silla y mandó que encendieran las mechas de los cohetes. Cuarenta y tantos esclavos (o criados) encendieron cada uno una mecha, para procurar el encendido simultáneo de tantos cohetes.

Prendieron las mechas y... ¡¡¡PUM!!!

La explosión tumbó a todos de espaldas. Cuando se disipó la humareda, no quedaba ni rastro ni de la silla ni de los cohetes ni de Wan Hu. De Wan Hu no se volvió a saber nunca más. Unos dicen que consiguió llegar a las estrellas; otros, que se despedazó ahí mismo. Puede que saliera volando, pero váyanse a saber ustedes en qué condición. Algunas versiones de la historia de Wan Hu dicen que no ató los cohetes a una silla, sino que se los ató a la espalda. Peor me lo ponen.

Reconstrucción de la silla voladora de Wan Hu (Mythbusters, 2004)

En 2004, se simuló el vuelo de Wan Hu en televisión. Un muñeco ocupó el lugar del primer astronauta de la historia. Lo sentaron en la silla, se prendieron las mechas de los cohetes y el resultado fue mucho ruido, mucho humo y un maniquí achicharrado. Wan Hu, a decir del experimento, habría muerto de la manera más estúpida posible.

La leyenda dice que Wan Hu se apareció en sueños al Emperador, para decirle que se vivía muy bien en las estrellas. Los artistas representaron a Wan Hu en una silla volante cargada de cohetes acariciando la Luna. Nada como la poesía para disimular el bombazo.

Quizá el cráter de Wan Hu no sea el que produjo Wan Hu dándose de narices contra nuestro satélite, pero que merece el nombre es algo que no se discute.

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