La noche de los fuegos

Las pólvoras, siempre a punto.

En argot indígena, la noche de los fuegos es la que va del 23 al 24 de agosto. Se llama así porque hacia las once de la noche queman unos fuegos de artificio. El gasto de pólvora es notable y durante años ha sido motivo de orgullo indígena.

Pero la noche de los fuegos es más que eso. Se suceden muchos acontecimientos de gran importancia.

La noche de los fuegos está a punto de comenzar.

Para los niños, la aventura de salir hasta las tantas de la noche y ver tanto los fuegos de artificio como los bailes de pólvoras y las bestias bajar por la escalinata de la Punta, justo delante de la parroquia de San Bartolomé y Santa Tecla, es algo inolvidable. Tanto ruido, tanto estruendo, tanta gente y tantos colores.

Para los menos niños, existe el empalmar. Empalmar no es... En fin, no es eso. Es pasar la noche de los fuegos en vela, empalmar un día con otro. Es ver cómo queman los fuegos de artificio, es jugar con las chispas que echan las bestias y los bailes de diablos, es acudir al baile con orquesta en el Paseo Marítimo, es intentar mantenerse despierto hasta que, cuando amanece, salen otra vez los bailes y entremeses en la Matinal.

Al día siguiente, lo único que queda es un adolescente cansado, con resaca y que ha ligado menos que un cordel, pero es todo un rito iniciático. Es, por antonomasia, el Rito.

El adolescente suburense no desea nada más que empalmar... ¡Ya me entienden, caramba! Una vez pasa la noche más o menos despierto con su colla (grupo de amigotes), deja atrás la niñez y se busca novio o novia con derecho a roce.

Es una prueba difícil, porque hay horas malditas, entre las tres y las cinco de la madrugada, donde uno se aburre como una ostra, mortalmente, y está muy, muy cansado y no hay ni orquesta ni nada que hacer. Sobrevivir a esta pausa sin caer en los brazos de Morfeo es una odisea. Si hay brazos que le tomen a uno, entonces ya no tiene mérito, pero es cansado lo mismo.

Se queman fuegos de artificio.

Una vez el indígena se torna adulto, deja de empalmar. Quiero decir... ¡Ya saben qué quiero decir! Se vuelve comodón. Muchas veces, las antiguas colles (grupos) de amigos siguen viéndose por la Fiesta Mayor. Organizan una cena en casa de alguien o en un restaurante, acuden a ver cómo queman los fuegos de artificio y visto lo visto, acaban tomando copas en un lugar tranquilo mientras recuerdan aquellos tiempos en los que empalmaban, como hoy sus hijos.

¡Cómo pasa el tiempo! Los mismos que antes corrían a emborracharse y buscar el roce de tal o cual, por ver qué ocurría, hoy corren a exigir un comportamiento de monaguillo virginal a sus vástagos, que saben más latín del que nosotros, los de mi generación, sabremos nunca.



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