Ya no hay «negros» como los de antes

Thomas Alexandre Davy de la Pailleterie, que se dio a conocer como Thomas Alexandre Dumas, fue un valeroso general de la época de la República y el Consulado que, después de algunas desavenencias con Bonaparte, fue relegado a labores de segunda fila y murió poco después de instaurado el Imperio, en 1806. Le llamaban el Negro, porque era hijo de un noble francés y una negra caribeña, un mulato. El Negro era un hombre vigoroso, robusto, tremendo y expansivo, y su hijo, Alejandro, salió a su padre... y heredó el mote.

Alejandro Dumas, Alexandre según los franceses, fue el célebre escritor de Los tres mosqueteros, El conde de Montecristo y tantas otras magníficas novelas, dejando a un lado su magnífica y suprema enciclopedia culinaria. Sus contemporáneos le tenían una envidia tremenda por el éxito de sus folletines. Mujeriego, comilón, vivaz, inteligentísimo, moreno y de pelo rizadísimo, organizó a su alrededor una especie de fábrica de hacer libros. Sus colaboradores trabajaban a destajo, a tanto por línea.

Llegaba Dumas por la mañana, esbozaba el capítulo del día, su argumento, sus personajes... El colaborador de turno lo ponía todo por escrito. Horas después, aparecía Dumas, pagaba lo acordado y revisaba el texto, corrigiendo aquí y allá, anotando en los márgenes, suprimiendo esto o aquello o añadiendo lo otro. Así escribió unas trescientas novelas, con la ayuda de unos sesenta y tantos colaboradores. Desde Dumas, esos que escriben para otro se llaman negros en su honor.

Sirva esto como introducción. El negro literario se limita, hoy en día, en la mayoría de los casos, a tareas de documentación histórica o periodística, que luego utiliza el escritor. Son muchos los autores de best-sellers que reconocen el empleo de documentalistas, sin tapujos. Pero la mayoría de los negros trabajan para poner negro sobre blanco en libros que firman famosos de cualquier especie, algunos de ellos iletrados, como los que aparecen en televisión.

Un libro de memorias de una cupletista se paga a mil o dos mil euros, puede que tres mil, y nada más, aunque la obra se venda como rosquillas. Para evitar el bochorno de María Copia Quintana, en algunos casos, sólo en algunos casos, firma el famoso y se añade, en letra pequeñita, con la colaboración de Fulanito de Tal. Así y todo, el negro cobra un tanto fijo por su trabajo y si te he visto, no me acuerdo. Rara vez van a comisión, a tanto por ejemplar vendido. No se espera de ellos calidad literaria, pero sí discreción.

En el campo de la política, algunos negros están mal vistos y mal pagados. Se soportan porque son imprescindibles: sus amos no saben moverse en el ámbito de las letras, y eso da una rabia... Nadie reconocerá que utiliza negros en sus discursos o en sus artículos de prensa, cuando opina; nadie que ostente un cargo público reconocerá que un negro escribe las preguntas y las respuestas en una entrevista publicada en tal diario, ni el político de turno ni el jefe del medio, por supuesto. Mucho menos se reconocerá que ese negro sabe escribir y él, el político, no. En la mayoría de los casos, el negro es un tipo que apenas sabe conjugar un verbo, distingue entre sujeto y predicado y pasaba por ahí: un funcionario, un empleado subalterno, un periodista becario... que cobra un sueldo escaso por algo que nada tiene que ver con su negritud.

Si quieren saber si un político catalán o español todavía vivo ha escrito el libro que firma, échenle un vistazo, lean una página al azar. Si pueden pasar del primer párrafo y parece que entienden lo que dice, si creen que el personaje se expresa claramente, si no se aburren mortalmente al leer lo que dice, si se sienten capaces de seguir leyendo... entonces, créanme, seguro, seguro que no lo ha escrito el político que pone la firma. Los políticos capaces de escribir bien pertenecen a otra época o hace tiempo que abandonaron la política.

Los muchachos de Prensa de ministerios y consejerías también utilizan negros, porque un Jefe de Prensa es raro que sepa leer y escribir. He conocido a una Jefa de Prensa que, cuando enviaba un fax a la oficina, los que lo recibían creían que era un fax del extranjero, porque cometía tantos desmanes con la ortografía y la gramática que, en serio, no se entendía lo que decía. Los de la sección Internacional estaban hartos de intentar descifrar tan obtusos mensajes, hasta que descubrían su autoría.

Ese negro desgraciado, siervo de directores y secretarios generales, tiene que comer marrón tras marrón y ver como su nombre se omite continuamente. Yo he sido uno de esos negros, sé lo que digo, y me duele que expresiones tan idiotas como una realidad poliédrica corran por ahí sin reconocer a su padre, que soy yo. Aunque la expresión fue fruto de una apuesta que relataré otro día y me da la risa que se utilice a discreción.

Sin embargo, existe una categoría de negros políticos altamente privilegiados. Son periodistas que publican en prensa o hablan por la radio y la televisión; son periodistas que se han ganado el privilegio de cobrar una buena pasta por haber hecho la pelota con insistencia, y la cobran mediante algún encargo de negro.

El infumable libro del señor Prenafeta, donde sostiene que él no es un ladrón, sino la víctima de una persecución contra Cataluña orquestada en Madrid (sic), no ha sido escrito por el señor Prenafeta, sino por un conocido periodista, Vicenç Sanchís, ligado al personaje por su pertenencia a la Fundació Catalunya Oberta, por ejemplo. Es sabido que el señor Prenafeta sería incapaz de escribir un texto coherente de más de diez páginas. ¿He dicho diez? ¿Tantas? Perdonen el error.

Esta clase de negros sale ahora en la prensa porque uno de ellos, Antonio Alemany, cobró casi medio millón de euros (483.000, para ser exactos) por escribir los discursos del señor Matas, que luego alababa desde su tribuna en la edición local de El Mundo. A juzgar por el señor Alemany, los discursos de investidura del señor Matas, y sus discursos en los debates sobre el estado de la autonomía, eran dignos de Demóstenes o Cicerón, cuando quizá no alcanzaban la elocuencia del gallo Claudio. Pero, como los había escrito él mismo...

Así es que la primera acusación contra el señor Matas, ese crápula del PP balear, se centra en los pagos irregulares que éste hacia a Nimbus, una empresa que fue la tapadera del señor Alemany, empresa que luego ganó contratos por valor de dos millones de euros del Gobierno Balear por el favor, más una campaña electoral del PP. También están imputados en este caso, aparte de los señores Matas y Alemany, altos cargos de Presidencia. Lo que he dicho: los que en teoría cobran por escribirle los discursos al jefe acaban contratando negros, incluso de forma irregular y obscena, porque no saben escribir. Y así nos va.

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