Los científicos también tienen sentido del humor. Por ejemplo, se publica en los EE.UU. una revista llamada Annals of Improbable Research, AIR para los amigos, que recoge las investigaciones más absurdas y las meteduras de pata más notables de la ciencia contemporánea. Esta revista, con la ayuda de verdaderos premios Nobel, que participan encantados en la juerga, organiza unos grupos de trabajo que seleccionan las investigaciones más llamativas en varias disciplinas científicas. Los ganadores merecen el premio Ig Nobel.
Este año, ha sido el 29 de septiembre, pero suele ser a principios de octubre cuando se entregan los premios Ig Nobel en una ceremonia formal (también cómica) en el Sanders Theatre de la Universidad de Harvard, que no es poco. El lema de los premios Ig Nobel es Primero hacer reír, luego hacer pensar.
Porque hay que ir con ojo. Algunos de las investigaciones premiadas parecen absurdas, pero tienen una utilidad en sí mismas (son una introducción al método científico para un grupo de becarios y aprendices, o ponen a prueba algún programa de simulación...) o tienen una utilidad imprevista. Y todos son estudios serios... o casi.
En 2006, por ejemplo, el premio Ig Nobel de Biología fue a parar a un estudio que demostraba que el mosquito Anopheles gambiae, transmisor de la malaria, se siente igualmente atraído por el olor del queso Limburguer que por el olor de los pies humanos. Ahí queda eso. Hoy en día, para combatir la malaria, en varios lugares de África se utiliza el queso Limburger para despistar a los mosquitos y el método funciona razonablemente bien.
No son pocas las protestas por esta farsa, pues así la llaman. El ganador de un premio Ig Nobel puede tener problemas, dicen. Pero también publicidad.
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