La Real Academia de la Lengua todavía no recoge en su Diccionario el término conspiranoia, pero puede traducirse como una paranoia conspirativa. El paciente ve conspiraciones por todas partes e interpreta el mundo como si éste o una parte de éste fuera movido como una marioneta por un enemigo escurridizo, oculto, malvado y astuto.
La conspiranoia es mucho más frecuente de lo que imaginan. La llevamos en la sangre. Los fumboleros creen que los árbitros pitan un penalty movidos por oscuros intereses corporativistas, pues son todos del... (póngase el equipo de fúmbol que le caiga peor en este espacio); en todo, la culpa es siempre de Madrid; y viceversa, la culpa la tienen siempre ésos que quieren romper España; los mercados no son mercados, sino una especie de monstruo con malas intenciones movido por Goldman & Sachs; los ciudadanos protestan contra los recortes porque han sido engañados por una izquierda radical; la vacunación es una conjura de las industrias farmacéuticas para forrarse a costa de la salud de la gente... La lista es interminable, y estúpida, pero ¡cuántas veces nos la creemos...!
Nadie como un tirano para denunciar conspiraciones. Los tiranos, antes y ahora, ven enemigos por todas partes y los necesitan, además, para justificarse delante de la opinión pública. Ya saben: nunca está de más un buen enemigo, mejor si inasible, para mantener un régimen de terror. Lo mejor para el caso, una buena conspiración. Pero esa manía conspirativa de los tiranos hace que la mayoría de ellos orille el ridículo, o se tire de panza a la piscina de la insensatez, la idiotez y la estulticia. Si no fuera porque este fanatismo tan absurdo se riega con sangre, las ideas de la tiranía dan para muchas risas.
Uno de estos payasos sangrientos es el señor Ahmanideyad, que es presidente de Irán. Este personaje no ha dudado un instante en sofocar a sangre y fuego las protestas de los iraníes, que sospechaban (con muchísima razón) de un tongo en las elecciones a la presidencia de su país. El tipo es un fanático de las conspiraciones. Sus enemigos son los de siempre: el pueblo judío y el Gran Satán (los EE.UU.). Así justifica el patrocinio de diversos grupos armados en el Líbano y sostiene que los ciudadanos iraníes que se manifiestan a favor de la democracia son súbditos del diabólico régimen norteamericano.
Su último discurso delante de las Naciones Unidas fue esperpéntico. Sostuvo el señor Ahmanideyad delante de todo el mundo que el Holocausto fue un invento de Occidente, una mentira que sirve para colonizar Oriente mediante Israel, como sostuvo que los atentados del 11 de septiembre contra los EE.UU. fueron una paparrucha. Ni terroristas ni aviones ni nada, dijo. Fueron los americanos mismos los que dinamitaron las Torres Gemelas y el Pentágono, y las imágenes de los aviones son un montaje publicitario que les ha servido de excusa a los yanquis para armar a Israel y lanzarse sobre Irak y Afganistán, sedientos de petróleo.
Como el mundo está loco, la respuesta más contundente a tanta gilipollez la hizo un funcionario (sic) de Al-Qaeda. Copio lo que dijo: ¿Por qué Irán suscribe una creencia tan ridícula que se da de bruces con toda lógica y evidencia?
Por lo visto, la multinacional terrorista de ideología salafista integrista antisionista y demente está un poco hasta las narices de tanta teoría conspirativa. ¡Caramba, que fuimos nosotros!, exclaman, hartos de ver como su trabajo se atribuye a la CIA, a los masones, a una sociedad secreta participada por el Priorato de Sión y los Niños Cantores de Viena o cualquier otra agrupación temporal de intereses.
No es tan simple como parece, porque hay mar de fondo. Irán es persa (aria) y chiíta en una región dominada por los árabes (semitas) sunnitas. Lo único que comparten el Gobierno de Irán y Al-Qaeda es el fanatismo, en abstracto, porque su fanatismo en concreto hace que sean enemigos mortales. Aunque se sospecha que Al-Qaeda e Irán puedan haber llegado a algún tipo de acuerdo para patrocinar alguna performance del Terror, lo normal es que se odien infinitamente.
Por lo tanto, Al-Qaeda, sin pelos en la lengua, ha dicho que hasta aquí podríamos llegar. Que Ahmanideyad no es quién para cuestionar la autoría de los atentados del 11 de septiembre, que su yihad es de boquilla (sic), una yihad más falsa que un duro de plata, y afirma que Ahmanideyad es antiamericano sólo cuando le conviene, porque no han sido pocas las veces que ha colaborado con el Gran Satán. Pone como ejemplo la invasión de Afganistán, que Irán celebró con gran regocijo.
En resumen, que no deja de ser todo un gran absurdo, y que sería de chiste si no fuera porque tanto unos como otros promueven los baños de sangre para sostener la tiranía y la violencia. Sin esta clase de chistes, el mundo sería más amable.
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