
Los encargados del Registro Civil dejaron de inscribir Pedros, Pablos, Franciscos, Marías, Cármenes o Martas, mientras comenzaban a inscribir nombres como Libertad, Alba, Concordia, República, Constitución, Autonomía... También Lenin y Trotsky, si se escribe así. Los funcionarios, hasta entonces acostumbrados a rarezas del estilo de Hipólito, Mariano, Rigoberta o Angustias, que tienen cabida en el santoral, se las veían con un montón de nombres salidos de no se sabe dónde, cada cual más raro que el anterior. Eso, sin contar con otras lenguas, pues Luis se convierte en Lluís en catalán o en Koldovika en vasco, ahí es nada.
La cosa llegó al punto que tuvo que legislarse. Hoy, puede llamar a su bebito en España como le dé la gana, mientras el nombre no sea denigrante u ofensivo. Se ruega a los padres que busquen patronímicos para los que exista una referencia; es decir, que no vale Cuchi Cuchi o Pichurri, pero vale Lola, porque existe no sé dónde un volcán Lola, que provoca muchos dolores, valga el chiste.
Se publica en los periódicos que en Rumania han llegado hoy al mismo punto de saturación al que se llegó en España ayer. En Rumanía, cuenta El País, el caso ha llegado a extremos un tanto estrambóticos. En su Registro Civil se encuentran nombres como Paracetamol, Semáforo, Mariano Monamour (sic), Hitler, Basura, Pezón, Doctor, Ministro (para que el niño haga carrera), Cojón, Muerto (sic), Culo, Policía, Bombero... En fin, algo fuera de serie, que da para unas risas hasta que uno piensa en el patio del colegio del adolescente Cojón del Culo Andronescu, o la fiesta de cumpleaños de sus hermanas gemelas Semáfora y Pezón, que dan para un drama.
Es noticia, pues, que en Rumanía han tenido que ponerse como se pusieron aquí, prohibiendo nombres ridículos e indecentes. Es cierto que la frontera del ridículo y la indecencia es gris. Un nombre tan frecuente como Dolores tiene su miga, sin ir más lejos.
Qué cosa tan difícil ponerle nombre a uno.
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