Van en Cádiz y celebran el X Congreso Nacional de Abogacía. Como es un congreso tan árido, tan aburrido, como corresponde a cualquier congreso de abogacía que se precie, uno de los ponentes decide animarlo, y valga la cursiva. Ésta es la historia.
Los abogados no valen para chistes, y su sentido del humor es cuanto menos cauteloso, por evitar querellas y denuncias por desacato. El público del X Congreso Nacional de Abogacía era... imagínenselo. La alegría de la huerta.
En una mesa redonda, don José Pedro Pérez-Llorca, uno de los padres de la Constitución Española, se había mostrado pesimista. El egregio caballero dijo, citaré, que había luchado por la libertad de los españoles, la libertad por y para España, y que una España fragmentada y con procesos independentistas sería un fracaso de su ideal. Sostenía que había sido un ingenuo por creer que podría con todo ello. Hablaban, pues, de España.
Como don José Pedro estaba poniéndose sentimental, otro de los padres de la Constitución Española presente en la sala, don Gregorio Peces-Barba, tomó la palabra y quiso quitarle hierro al asunto. Es aquí donde el elefante enfiló hacia la cacharrería.
Don Gregorio se puso a contar historias y batallitas. Recordó, ni más ni menos, los tiempos del Conde-Duque de Olivares, cuando se sublevaron portugueses y catalanes contra la Corona. Don Gregorio elevó una pregunta retórica: ¿Qué hubiera pasado si en vez de quedarnos con los catalanes nos hubiéramos quedado con los portugueses? Se respondió a sí mismo proclamando que igual nos hubiera ido mejor si nos hubiéramos quedado con los portugueses y hubiéramos dejado a los catalanes. Estrépito de cacharros al paso del paquidermo.
Más. Va don Gregorio y dice (sobre los movimientos independentistas): No soy pesimista. Estaremos en mejores condiciones que en otras épocas. No sé cuántas veces hubo que bombardear Barcelona (...). Esta vez se resolverá sin bombardearla. ¡Bomba! El elefante se goza.
En honor a la verdad, la sala no le rió la gracia. Lo dicho, los abogados son gente muy sosa y don Gregorio no es precisamente un humorista. De hecho, unos abogados, no todos catalanes, se levantaron hostentosamente y abandonaron la sala. Una voz en la mesa rogó silencio a don Gregorio porque, cito, había gente que tenía que abandonar la sala. Y esa gente, aún más ofendida, la abandonó.
Suponemos que, a estas alturas del destrozo, don Gregorio se dio cuenta del dislate que había cometido. Así que intentó quitarle hierro al asunto con argumentos del derecho y del revés. Aseguró, pues, que habernos quedado con Portugal hubiera habido un problema grandísimo, y es que no tendríamos los partidos Madrid-Barça, y esto es muy importante. Añadió, para escarnio de los aficionados portugueses, que un Madrid-Oporto o un Madrid-Benfica serían aburridísimos. El elefante se gozaba entre los cacharros. ¡A qué punto ha llegado la política que la unidad de España se justifica por un partido de fútbol...!
Luego, la conversación volvió a los cauces del aburrido articulado constitucional, y don Gregorio propuso una posible reforma de no sé qué título la Constitución Española con la seriedad y el tino que tendría que haber empleado desde el principio, pero ya era tarde y ya nadie se acuerda de lo que dijo. El elefante había dejado tras de sí un estropicio considerable.
En efecto, los que hoy se sienten ofendidos suman legión, y se ha llegado al punto de que no sentirse ofendido es ofender. Que metió la pata hasta el sobaco es tan evidente que no puede negarse.
Los catorce colegios de abogados catalanes (¿tantos?) han elevado una protesta a los medios de comunicación donde dicen: La libertad de expresión no puede amparar la ofensa y el desprecio. Muy cierto, pero ¿hubo realmente ofensa y desprecio o don Gregorio peca de bromista desafortunado delante de un público con la piel muy fina? En un político (y don Gregorio presume de serlo) viene a ser lo mismo una cosa y la otra y hay que andar con mucho ojo con lo que se dice y donde se dice, y más si hay cámaras delante.
Don Artur Mas también se mostró ofendido, pero se apresuró a explicar que no podían compararse las declaraciones de don José Antonio con las de don Gregorio. Entre otras cosas, digo yo, porque don José Antonio no las dijo en tono humorístico, sino exaltado, y las repitió varias veces para exaltar al personal. En todo caso, volviendo al asunto, exigió un desmentido rotundo y una descalificación en toda regla.
Etcétera.
Don Gregorio ha respondido a las críticas enviando al elefante de vuelta a la cacharrería. Le he explicado al jefe de los decanos (de los catorce colegios de abogados catalanes) que me gustaba hablar con humor, pero que si se sentían molestos, les pedía excusas, ha dicho. También ha afirmado que la única diferencia entre él y los ofendidos es que él es del Madrí y los otros, del Barça. ¡Venga fútbol...! Acto seguido, ha añadido que los catalanes no tendrían que ser tan susceptibles a las bromas y que si tienen la piel tan fina, que se lo hagan mirar.
Tiemblan los estantes, caen los cacharros... ¡y todavía desconocemos la reacción de Portugal!
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