Porque, créanme, no calla, siempre con lo mismo. Ya conocemos su afición a tirar de la raza, la raza de los inmigrantes, que ocasiona depreciaciones inmobiliarias y causa el fracaso escolar de los niños catalanes, pobrecitos. También insiste en ofender a la verdad y a los jornaleros del sur de España. Sostiene el calvo que se pasan el día en la taberna y que, en vez de pagar a escote, los catalanes les pagamos la consumición con nuestros impuestos. Es mentira, pero no importa; algunos quieren creer y finalmente, creen.
Y no les cuento la manía que tiene a los homosexuales. Afirma que tienen todo el derecho del mundo para acudir a un psiquiatra para curarse. No entraremos en el trapo de un debate estéril, pero el señor Duran tendría que hacérselo mirar.
En fin, ahí está, haciendo amigos y removiendo las visceras del ciudadano más cutre, racista y machista, todo por arañar un voto.
En éstas, mientras sacaba de dentro de sí la cutrez propia de su ideología y su carcunda más notable, tropezó con un obstáculo imprevisto, la Conferencia Episcopal Española, con la que suele compartir parecer.
No sé si saben que, cuando vienen elecciones, los obispos reflexionan sobre el asunto de la política y recomiendan a los católicos (y a todos los demás) actuar de acuerdo con el parecer de la Iglesia... o con su propio parecer, no queda claro. La cuestión es que el buen católico, y cualquier otro ciudadano, puede ejercer la razón y la libertad libremente, de acuerdo con su conciencia, y pasar por alto la opinión de los obispos, si no le parece adecuada. Además, la Iglesia ya no es lo que era y los obispos ya pueden cantar misa, si quieren, que la mayoría de los españoles no atienden a sus consejos.
El señor Duran, en cambio, presume de buen católico, en voz alta, porque la excusa de las raíces cristianas de Europa le va de perlas para cargar contra moros y (presuntos) cristianos. Los obispos condenan a cualquier partido que promueva los anticonceptivos, el divorcio, el aborto, la eutanasia... Hasta aquí, el señor Duran aplaude, felicísimo.
Acto seguido, los obispos afirman: Hay que tutelar el bien común de la nación española, evitando los riesgos de la manipulación de la verdad histórica por causa de pretensiones separatistas o ideológicas de cualquier tipo, y el señor Duran se atraganta.
En Tarragona quisieron saber su parecer como cristiano sobre esta manifestación episcopal, y el señor Duran, visiblemente contrariado, respondió: Yo soy católico, pero la Conferencia Episcopal no me representa en estos pronunciamientos. Espero que estas declaraciones tengan el contrapeso de los obispos catalanes.
Haciendo amigos, decía, porque los obispos catalanes forman parte de la Conferencia Episcopal Española, aunque luego disimulen. Y cuentan por ahí que el uso de la palabra pronunciamiento y el sostener que los obispos no le representan como cristiano (católico) han caído muy mal entre los prelados. Ay, Sancho, ¡con la Iglesia hemos topado!
Yo, por mi parte, manifiesto que lo que digan los obispos de la política vale lo mismo que la opinión de Rita, la Cantaora. No porque su opinión sea más o menos acertada, sino porque como ciudadano me corresponde a mí la responsabilidad de sopesar ventajas e inconvenientes de cada candidato a representarme en un parlamento. Agradezco el interés de los señores obispos, pero al César lo que es del César y a Dios, muy buenas.
Para acabar, recuerdo a los andaluces, extremeños, inmigrantes en general, homosexuales y obispos, y a cuantos ofendidos quieran sumarse a la lista, que las palabras que dice el señor Duran salen de su boca, no de la mía. Es decir, que el señor Duran se representa a sí mismo. La carcunda de su discurso y la cutrez de su ideología no representa el parecer de (todos) los catalanes, aunque el calvo haga más ruido que muchos de nosotros. Desgraciadamente, añado.
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